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La fría noche abrazaba su cuerpo mientras desplegaba sus alas en el cielo estrellado, con la brillante y enorme luna viéndose tan hermosa con la cercanía; parece un cristal prolijamente detallado, la estrella líder guiando a un ejército reluciente. Le encantaba la vista, pues sentía que podía tocar aquella esfera reluciente.

Cargando con la pesadez en su pecho y las sensaciones extrañas, anda buscando un lugar en el cual refugiarse. No podía seguir deambulando por todos lados esperando a que alguien se apiadara de él y lo liberara de su maldita existencia o ser atrapado y volver a estar encerrado. ¿Estar de nuevo en ese lugar oscuro y frío? ¿Por otro siglo entero? No podría soportarlo tan siquiera, preferiría mil veces estar atado sobre el fuego que seguir un solo segundo más metido en aquel pequeño infierno.

Minho descendió levemente, teniendo más cerca las hojas de los árboles siguiendo su búsqueda, hasta que una luz moviéndose con rapidez en medio del bosque, le llamó la atención haciéndolo desviarse.

Aleteó más fuerte aproximándose a aquel destello que iluminaba el bosquejo, con la esperanza de que fuera la misma hada que no abandona su cabeza, pero por desgracia, no era él.

Un humano de complexión delgada, cabello negro, ojos de zorro y vestido con ropas de campesino, corría despavorido entre los árboles, con el sonido de sus zapatos golpeando la tierra, charcos y el sonido de su respiración acelerada. La boina café que traía sobre la cabeza, cayó al suelo cuando una brisa fresca le golpeó el cuerpo, haciéndolo cerrar los ojos y temblar.

Minho podía oler su miedo y el exquisito aroma de Jisung adherido a una pequeña parte de él. No podía pasar en alto como el chico miraba a todos lados con horror. ¿Qué habrá estado haciendo a estas horas por aquellos rumbos? ¿Y el olor de Jisung impregnado en él? El cuervo negro volvió a aletear con fuerza para poder estar más cerca del humano y seguirlo de cerca.

El joven campesino, se adentró al puerto de Luceat, Lux, siguiendo su cansada carrera por las calles iluminadas. Todos los ciudadanos estaban acogidos en sus respectivas casas, pues el toque de queda ya había pasado y tenían prohibido poner un solo pie fuera. Pero a aquel pobre chico no llegaba a tiempo a su hogar.

Siguió corriendo colina arriba, saltando de dos en dos los grandes escalones que lo llevaban al castillo, abrazando su bolsillo de cuero con ambos brazos protegiéndolo debajo de su gran abrigo. Llegó a las altas rejas que rodeaban el palacio, topándose en la entrada a guardias reales.

—Joven Yang, ¿Qué hace aquí a estas horas? Si sabe que ya pasó el toque de queda, ¿no?—dijo uno de aquellos hombres inclinándose hacia adelante para mirar mejor al chico que, apoyaba las palmas de sus manos en las rodillas e intentaba normalizar su respiración tomando grandes bocanadas de aire mientras que el sudor le bajaba por el rostro.

El chico pelinegro murmuró algo, pero su respiración agitada no lo dejaba hablar correctamente y no fue nada entendible para los oídos de los guardias.

—Jeongin, será mejor que vayas a descansar—posó una mano sobre el hombro del menor—es peligroso que estés...

Jeongin alzó la cabeza repentinamente con sus ojos chispeando de adrenalina.

—Tengo un mensaje—tragó saliva y se relamió los labios—para el rey.

El hombre inmediatamente se incorporó frunciendo las cejas mirando al chico. Jeongin abrió su bolso y de él sacó dos sobres con unas simples letras cursivas decorándolo. El guardia hizo acto de tomar las cartas, pero el menor las volvió a guardar antes de que tuviera la oportunidad de tocarlas.

—Puedo entregarle el mensaje a su majestad por usted.

Jeongin negó con la cabeza.

—Tengo que hacerlo yo personalmente, señor.

Beauty In Death 》 MinsungDonde viven las historias. Descúbrelo ahora