XXXIII

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Era una sensación de estar flotando, no sabía diferenciar si era sobre el agua o en el aire; volando con el frío abrazando su cuerpo. También se sentía cálido, cómo una manta que lo cubría y resguardaba de aquel entorno desconocido. No puede ver nada, ni escuchar nada, la ceguera lo acompañaba junto a un molesto silencio que no hace más que perturbarlo, volverlo loco.

Se ha cansado de soñar, ¿Cuántas veces lo ha hecho ya? Solo es capaz de dormir y despertar su cuerpo, pero jamás de la ensoñación que lo abruma y baña en soledad. Y pensar que su existencia terminó de aquella manera por su familia enredada con una bruja. Extraña tanto ser un niño pequeño, libre, feliz, ¿cómo giró todo a volver su vida en la nada?, en un infierno que solo lo quema con sus ardientes llamas.

Si no puede regresar a su vida de antes, mínimo le gustaría acabar con su miserable existencia. Saber cuántas veces intentó acabar con su vida y no haber tenido el resultado esperado por la maldita razón de ser inmortal, lo hacía desgarrar su corazón cada vez más, estirarlo, apretarlo, querer clavarse una estaca para ya no sentir absolutamente nada.

Ese día en el que la bruja Lee lo sacó por primera vez al exterior después de nueve años, no sabía que se volvería en otro infierno, ahora no solo cubriéndolo a él, sino también a todo lo que le rodeaba. Era la muerte misma; el ángel de la muerte que se llevaba la vida de los demás. En un principio no podía acostumbrarse a las tareas que Grizella le daba. Eran tan despiadadas, tan crueles y asquerosas que se le retorcía el estómago de tan solo recordarlo.

Lo obligaba a convertirse en un animal peludo y correr por el reino a toda prisa degradando todo a su paso. Atacaba a las personas que se encontraba en su camino, no solo provocando que murieran por su toque, sino también al abrir el hocico y devorarlos con furia, rencor, odio, como si aquellos fueron los responsables y culpables de su sufrimiento.

Regresaba a los pies de la bruja completamente desnudo empapado de sangre, con las lágrimas resbalando por sus mejillas. Grizella lo recibía con una sonrisa radiante y orgullosa, soltando malévolamente risitas.

— El rey Gustavo debe de estarse volviendo loco — introdujo a Minho dentro de la cabaña, sintiéndose extasiada del olor metálico de la sangre impregnada en el cuerpo del chico, quien temblaba como gelatina de pies a cabeza intentando cubrirse con las manos sus partes íntimas — Que ingenuo al caer en mis manos, en la trampa que le tendí. ¿Cómo pudo ser tan tonto?

— Ya no quiero hacer esto — susurró el pequeño Minho entre temblores. Grizella detuvo su sonoroso canto de diversión, girándose a ver al niño con furia. Apretó la mandíbula y se acercó a grandes zancadas al menor, inclinándose hasta estar frente a su rostro, los ojos azules fuertes luchando contra el único zafiro y el mar oscuro.

— Aunque no quieras hacerlo, lo harás. Yo me encargaré de que cumplas todo lo que te ordene. No puedes desobedecer a tu madre.

— Tú no eres mi madre.

— Oh — abrió de más los ojos, ladeando la cabeza. El aliento caliente chocando contra el frío rostro de Minho haciéndolo estremecer — Discúlpate, Honnie, esa no es forma de hablarle a tu madre, cielo. Sino lo haces, recibirás un fuerte castigo.

Minho no se disculpó, permaneció callado respirando pesadamente, sintiendo la ira en su interior. La bruja Lee seguía sosteniéndole la mirada, hasta que la misma comenzó a sentirse como si estuvieran lanzando cuchillos y se enterraran en sus ojos y cabeza. Minho cerró los párpados con fuerza, gimiendo de dolor.

— No me importa tu sufrimiento, Honnie. ¿A caso no ves lo que podemos conseguir si sigues haciendo lo que yo te diga? — le susurró con tanta maldad y tranquilidad que le erizó los vellos — El reino será mío, también tuyo. Solo tienes que ayudarme con mi dulce travesura.

Beauty In Death 》 MinsungDonde viven las historias. Descúbrelo ahora