XXXVII

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Dolor y frío. Eso era lo que sentía. Ardor, comezón, calor. Preocupación, ira, tristeza. Estaba regresando a lo que tanto le costó escapar, y odia cada centímetro de sí mismo al haber caído una vez más en los encantamientos de Grizella Lee, la poseedora y líder de su existencia.

La miraba con recelo desde la altura en que se encontraba; sentado en el duro suelo, arrinconado en la misma esquina en la que permaneció años y años de sufrimiento. El collar de metal alrededor de su cuello, le quemaba la piel, manteniéndolo encadenado a la pared sin poder moverse a su antojo. Luchaba por mantener su mente ajena a Jisung, para concentrarse solamente en el escenario desastroso ante él, controlar la situación y lograr salirse con la suya.

La bruja Lee, miraba con adoración el fuego que radiaba luz y calor frente a ella, como si fuera la cosa más hermosa del planeta. Estaban en la cabaña que habían dejado atrás hace cien años, encontrándola más deteriorada que antes, pero seguía lo suficientemente fuerte para que ambos se refugiaran en la oscuridad y el polvo que la misma ofrecía.

Después de que los hombres y seres mágicos invadieran el lago y la residencia Oh, Grizella tele transportó a ambos al bastante familiar sitio que fue hogar de ambos por décadas. Minho había puesto resistencia, pero se le hacía difícil contratacar a su misma naturaleza, creadora, destructora, siendo ella mucho más fuerte y quién sujeta los hilos atados a sus muñecas y tobillos.

— ¿Cuál es tu maldito plan? — escupió Minho. Sentía la boca seca, el cuerpo pesado y sus ojos luchando por mantenerse abiertos. Cansancio, experimentaba mucho cansancio.

Grizella giró a verlo, sin borrar su sonrisa malévola del rostro. Las flamas del fuego se reflejaban en sus pupilas, contrastando con el azul de su mirada asesina.

— ¿Mi plan? Ya conoces mis planes, Honnie. Sabes de ellos desde que te entregaron a mí, pero ahora, debo de añadir, que liquidaré a absolutamente a todos los seres asquerosos del páramo, incluso a tu amorcito. A él, le haré lo peor. Me cobraré todo lo que me hicieron pasar. Cada segundo que permanecí encerrada, siendo una sucia errante en aquellas tierras repugnantes. Me sentía furiosa cada que los escuchaba felices y sonrientes, asqueada por sus ambiciones y sueños, eran tan estúpidos y sosos, nada que ver con el mío, lleno de futuro y poder. Incluso fue extremadamente divertido cuando escuché por la propia boca de Seokjin que la espléndida perra de Daphne Han, había fallecido y que su anhelo había sido liberarte de mí, pero la patética no pudo.

La mujer tomó entre sus flacuchos y largos dedos mechones de su cabello negro, seco, apagado, enredando las tiras en las uñas, arrancando inesperadamente el pelo que había perdido toda su vida en esos años en los que estuvo aislada. Minho le gruñó, tragándose las ansias de abalanzarse sobre ella y estrangularla con sus propias manos.

— ¿Qué más quieres de mí? — preguntó casi como un susurro. Los ojos transmitiendo un sin fin de emociones negativas que sentía hacia aquella figura femenina parada delante de él, que se erguía con superioridad ante las palabras escuchadas. Le dedicó a Minho una mirada incrédula, cargada de diversión.

Grizella comenzó un baile en solitario en la sala. Danzaba lentamente como si estuviera disfrutando de una hermosa velada en un baile real y su acompañante fuera un duque apuesto que la toma de la cintura y la mirara con deseo.

— Minho, puedo sentir absolutamente todo lo que tú sientes. El triple de tu dolor, me araña el pecho como un mísero gato callejero — se instaló frente a las narices del menor, acariciando su pecho flácido, en dónde se podían contemplar cada uno de sus huesos marcados sobre la ropa — Hace muchos años, cuando me castigaron con esta maldición, era algo insoportable de vivir. Me habían encerrado en este lugar sin dejarme salir ni para tomar aire fresco. En un principio, era tolerable, pues no eran muchas personas cerca a las que tenía a mi alrededor sufriendo emocionalmente o física, así que me la llevaba con calma, incluso burlándome del rey y su hechicero — flexionó las rodillas y sentó en el suelo, mirando directamente a la cara de su hijo, que brillaba ante las llamas de la chimenea — Todo se volvió sofocante, asfixiante, insoportable cuando vinieron los tiempos de guerra. Me revolcaba en el suelo, gimiendo, llorando, sudando, gritando y pidiendo una y otra y vez que el dolor se detuviera. Escuchaba en mi cabeza todas las voces que lamentaban su perdida, la aflicción emocional que los soldados sentían por el miedo de morir o de nunca volver a ver a su familia, la desgarradora herida de una bala, espada, cañón.

Beauty In Death 》 MinsungDonde viven las historias. Descúbrelo ahora