XIV

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Jeongin se levantó a primera hora de la mañana. Con tanta pereza en su cuerpo, se lavó la cara, se enfundó con una camisa blanca abotonada y unos pantalones color caqui. Sus zapatos cafés gastados y se puso una boina del mismo color, cubriendo su lacio cabello oscuro. La noche anterior, el rey le había encomendado una tarea y ahora se encargaría de realizarla.

Salió de su pequeña habitación, que se encontraba en la planta baja del castillo, donde residían el resto de sirvientes. Su madre, la señora Yang, seguramente se encontraba ya en la cocina preparando el desayuno para su majestad. Desde la desafortunada muerte de los anteriores reyes, el anterior príncipe del reino rara vez se sentaba en el gran comedor a comer. Se la pasaba encerrado en su habitación o pedía carruaje para ser transportado a ese lugar donde tenía que dejar la carta. Jeongin aún no entendía del todo aquel sitio, solo dejaba y recogía las cartas en aquel solitario buzón en medio del bosque, tampoco se ha dispuesto a preguntar del todo acerca de eso o adentrarse más en la neblina que oculta el misterio mágico.

El anterior rey Bang murió en la batalla contra Bellum hace diez años, cuando Chris tenía solo quince de edad, al poco tiempo después, su madre falleció de alguna extraña enfermedad respiratoria. Y aunque desde muy pequeños Jeongin y Christopher han sido muy cercanos, el distanciamiento fue muy grande cuando la aflicción y la soledad del mayor se volvió inmensa. La relación volvió a estrecharse cuando Chris cumplió los veinte años y ahora nuevamente se sienten como si fueran uña y mugre.

El pelinegro entró a la cocina. Los sirvientes invadían la inmensa habitación, ocupando cada mesa, estufa y utensilios. El sonido del filo del cuchillo impactando contra la madera, el crujir de los vegetales, la humedad de la sangre de la carne siendo cortada, el burbujear del agua en la olla y los sonoros pasos en movimiento en el suelo, le dio la bienvenida a Jeongin, con el estómago gruñendo ante el delicioso olor.

— ¡Buen día! — saludó alegremente, sonriendo con esa bonita sonrisa que todos en el reino estaban encantados de ver. Le respondieron de la misma manera.

Se acercó a su madre. Los rizos rubios le caían como cascada por la frente, mientras sus brazos delgados y ahora cansados y adoloridos, seguían intentando darle vuelta a la rueda del pequeño molino para triturar los granos de trigo.

— Hola, cariño — la señora Yang dejó un sonoro beso en la frente de su hijo — desayuna antes de irte, ¿Si? También te prepararé el almuerzo para que te lo lleves, regresas demasiado tarde y no me gusta que te saltes las comidas.

La mujer apretó los dientes ante la fuerza ejercida en sus viejos brazos.

— Está bien. Pero déjame ayudarte, ¿Quieres? Te vas a lastimar.

Jeongin hizo a un lado a su madre, tomando ahora él en sus manos la rueda y haciendo fuerza para girarla. El polvo de maíz no tardó en salir de manera fluida.

— Odio esa cosa — se quejó la mayor — no sé que esperan para arreglar el otro molino. Mis manos no aguantan para mover esto.

— Es por eso que te digo que me pidas ayuda, mamá.

La mujer suspiró pesadamente.

— Es mi trabajo, cielo. Debo de hacerlo. Y tú tienes el tuyo, así que, deja eso — le dio manotazos para que soltara la imitación de molino — tienes que comer para que vayas a trabajar.

Jeongin gruñó.

— ¡Pero deja de hacer eso! ¿No puede hacerlo alguien más?

La señora Yang se limpió las manos en su delantal y se paseó por la cocina, esquivando a sus compañeros. Tomó uno de los impecables platos blancos que se encontraba junto a la vajilla costosa de la realeza, para después, darle la espalda a su hijo y preparar su desayuno.

Beauty In Death 》 MinsungDonde viven las historias. Descúbrelo ahora