Capítulo 65

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C A P Í T U L O 6 5

IAN DEATH OR DE'ATH

Observé a Annabelle a través del cristal que nos separaba y le brindé una sonrisa involuntaria. Tenía el deseo de tocarla y sentir su tacto contra el mío, quería abrazarla y que me transmitiera todo el amor que me emanaba, quería besarla, pero tenía que conformarme con solo verla y escuchar su voz.

—Hola —saludó, con una sonrisa triste en sus labios. La palidez de su rostro me hizo fruncir el ceño, lucía cansada.

—¿Por qué no habías venido? —cuestioné, porque la duda la tenía rondando por mi cabeza cada lento segundo del día.

Aplanó sus labios y trató por volver a sonreírme. Las ojeras bajo sus ojos eran demasiado notables, y aunque trajera maquillaje no bastaba. —Es que... estaba en el hospital.

La alarma se encendió dentro de mí. ¿Por que su madre no me dijo nada?

—¿Qué? ¿Te sentiste mal? ¿Por qué nadie me dijo nada, Annabelle?

—Yo le pedí a mi mamá que no lo hiciera, no quería que te pusieras así como ahora —me señaló —. Pero no fue nada, solo una recaída, ya estoy mejor, te lo prometo.

Cerré con fuerza mis ojos. —Annabelle...

—Ya no es posible que tome medicación, ya es muy tarde.

Me congelé en el lugar donde estaba. —¿Cómo? ¿Por qué?

—El doctor me dijo que solo resistiría a lo mucho dos años más, porque cada vez estoy peor —susurró, con los ojos brillosos por las lágrimas que quería derramar —. Y yo ya no quiero ir a los hospitales, Ian, no me gustan.

Dos años. Dos malditos años.

Bajé mi mirada sin poder articular alguna palabra y sentí como un nudo se arremolinaba en mi garganta, dejándome la dificultad de poder tragar con facilidad. Mis manos empezaron a temblar y parpadeé, ahora mirando el rostro de Annabelle frente a mí. Sentí el escozor en mis ojos y negué con la cabeza, presionando mis dedos sobre ellos para no mostrarme afectado ante ella, sin embargo, lo estaba. Nunca me hice la idea de estar viviendo sin ella. Me sentía incapaz.

—Pero... —tragué saliva —. Puede equivocarse, ¿no?

La esperanza en mi voz era notable, y ella asintió con la cabeza, alimentando mis ilusiones.

—Sí, pero puede ser menos tiempo —respondió, consternada —. Pero no pensemos en eso, no es el lugar, solo te lo dije porque necesitabas saberlo.

—Yo no me hago la idea de estar sin ti, Annabelle —confesé —. No podría. No puedo y no quiero.

Esbozó una sonrisa sin mostrar los dientes. —Todavía no pasará, y no hablemos más de eso —se limpió la esquina del ojo y suspiró —. Ya saldrás de aquí, no habrá que esperar por el juicio.

El corazón me dolió, porque debía estar con ella y no podía por estar encerrado.

—¿Cómo que no habrá juicio? —inquirí.

—La madre de Danielle ha retirado la denuncia y otorgó el perdón —explicó y apreté la mandíbula. No podía ser cierto. No la creía capaz de haberla retirado sin obtener algo a cambio.

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