Capítulo 49

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C A P Í T U L O 4 9.

IAN DEATH OR DE'ATH

—Necesito hacerte una pregunta y quiero que me la respondas sin tanto rodeo —solté en cuánto Raúl me contestó la llamada telefónica.

La línea se quedó en silencio durante unos segundos.

—¿Qué? —pronunció al fin.

—¿Saúl tiene dos hijas? —cuestioné con impaciencia, y lo escuché soltar aire.

—¿Qué? ¿De qué Saúl habl...?

—La muerte —lo interrumpí, soltándole el apodo de golpe.

Lo escuché maldecir por el otro lado de la línea en voz baja. —Ya lo sabes, ¿verdad?

Fruncí el ceño. —¿Tú ya lo sabías?

Suspiró. —Ian...

—¡Nunca me lo dijiste, Raúl! —reclamé, gritando pero con la voz baja.

—Annabelle me dijo que ella misma te lo quería decir, no me correspondía a mí.

—¿Tardó tanto tiempo en decírmelo a mí pero a ti si te lo dijo?

—No, no —negó rápidamente —. Si yo me enteré no fue porque ella me lo haya platicado, yo la vi con mi jefe en su oficina.

Guardé silencio, razonando las cosas, y respiré hondo. Tenía que hablar con él seriamente, pero no era el momento.

—Está bien —murmuré —. Te veo al rato.

Colgué la llamada sin esperar su respuesta y guardé de nuevo el teléfono.

Salí del baño esperando lucir relajado y ya no sorprendido, y me aclaré la garganta. Annabelle seguía entretenida con la paleta de dulce, que ya estaba por acabársela.

Ella se volteó para mirarme.
—¿Ya nos vamos?

Asentí con la cabeza y salimos de casa. Su idea fue platicarme quién era su padre, para luego invitarme a su casa, era loco, y no cualquiera aceptaría ir, sin embargo, yo iba con ella, corriendo el riesgo.

Entramos al auto y fui pidiendo las indicaciones de su casa, que en aproximadamente menos de treinta minutos ya habíamos llegado.

—Es allí donde se ve aquel portón eléctrico grande.

Asentí y me dirigí a la zona de aquel portón. Al llegar a él Annabelle tuvo que bajarse para confirmar por la cámara que se trataba de ella, y el portón fue abriéndose, dándome una vista completa de casi toda una manzana.

Cuando ella subió al auto levanté mis cejas, sorprendido a medida a que avanzaba más, el lugar era bastante grande y privado, era tipo una hacienda, sin embargo, no había animales ni personas cosechando siembra.

—¿No te pierdes aquí? —inquirí, porque a decir verdad, cualquier persona se perdería.

Annabelle se encogió de hombros, ya acostumbrada. —La primera vez que llegamos sí, pero después fui conociendo más y ahora me sé de memoria todos los caminos.

Estacioné el auto en cualquier lugar y caminamos a la grande casa en la que vivía, era ese tipo de casas alejadas, por fuera todo se notaba tranquilo y hogareño.

Annabelle abrió la puerta con una de las llaves que traía e hizo que me adentrara después de ella. Lo primero que noté al entrar fue el aroma a incienso de manzana mezclado con canela. El piso era de madera, y rechinaba al pisarlo. Había retratos y cosas que parecían ser antiguas dentro, la casa en definitiva era como el interior de una gran hacienda lujosa.

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