Capítulo 10

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C A P Í T U L O  1 0

DANIELLE STTRAFORD

El uniforme del restaurante en el que trabajaría consistía en una corta falda circular de color negro junto con una camisa blanca de botones. La camisa se pegaba a mi cuerpo como siguiente capa de piel pero sin llegar a los grados de incomodidad; y me favorecía. Hacía que mi figura se mirara mucho más estilizada. La falda también me gustaba, hacía que mis piernas se vieran largas y moldeadas sin necesidad de traer tacones.

No podía negar que el primer día estaba nerviosa y obstinada. Mi padre se aferró a la idea de que consiguiera trabajo por primera vez, y que mejor idea que hacerme trabajar de mesera en un de los muchos restaurantes que le pertenecían a mi tío. El dueño del restaurante de comida rápida era hermano de mi papá; así que no fue nada difícil conseguir mi primer trabajo.

Mi turno laboral comenzaba a las dos de la tarde y terminaba a las diez de la noche. Ocho horas trabajando me parecían el infierno, no entendía cómo es que las personas aguantan trabajar tanto por un salario que no es suficientemente bueno. Necesitabas poner todo tu empeño y esfuerzo para poder ganar una propina considerable, sin embargo, con ese dinero no puedes comprarte ni en mil años un bolso de buena marca. No era de mi agrado trabajar ahí. No era lo que yo quería.

La jornada de trabajo comenzó tranquila, no obstante, conforme iban pasando las horas y se hacía noche llegaba gente desesperada por comer rápido y calmar su estómago, ocasionando que todo se volviera un revuelto caos para mí. Tenía que caminar de allá para acá, recibir con una sonrisa a cada cliente que llegaba, anotar sus pedidos, recoger y limpiar la mesa donde comieron, y no equivocarme con las ordenes. Mis mejillas estaban entumecidas por cada falsa sonrisa que daba y mis piernas dolían horrible. Quería echarme para atrás y hacerle una llamada a mi madre haciéndole drama porque no aguantaba trabajar de mesera. Quería echarme a llorar por el cansancio y fastidio que sentía. Solo deseaba llamarla y decirle: "Madre, sácame de aquí porque trabajar de mesera no es para mí." Y ponerme llorona hasta que dijera que vendría a recogerme rápido. Pero no lo hice, no la llamé porque tuve un pequeño descanso cuando la gente ya no decidió llegar.

En el lugar solo quedaban tres mesas ocupadas. Dos eran de la zona de Azalea —la misma chica que nos atendió el día miércoles cuando me encontré a Ian y su madre— y una de la zona que me correspondía atender a mí.

Suspiré con cansancio y recargué mi espalda en el muro de la barra. Hice girar mi cuello y masajeé con mis dedos mis sienes. El olor a grasa me mareaba, pero no podía hacerse nada porque mi camisa estaba impregnada.

Miré el reloj colgado en la pared y pedí mentalmente que lo minutos pasaran más rápidos para que mi turno acabara por fin. Azalea se asomó por el orificio rectangular de la pared que nos daba la vista completa del restaurante y se recargó a mi lado. Sorbí por la pajilla de plástico mi refresco mezclado con jugo de limón y disfruté su sabor. Tenía el extraño gusto de ponerle limón a cualquier refresco que ingiriera, no obstante, nadie lo sabía. Evitaba hacerlo en público y en mi propia casa, temía a que se me quedaran mirando como si estuviera loca, así que solo lo hacía cuando estaba sola en mi habitación o nadie me viera hacerlo.

—¿Ya estás muy cansada? —Inquirió, mirándome. Parecía que ella estaba acostumbrada a trabajar tantas horas porque no lucía afectada ni cansada a como yo.

Asentí con la cabeza. —Demasiado. ¿Cómo puedes tener dos trabajos? Yo estoy que me muero.

Azalea soltó una risa y se encogió de hombros.
—Por necesidad.

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