Capítulo 40

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C A P Í T U L O 40

IAN DEATH OR DE'ATH

Mis oídos al pasar los segundos fueron captando los gritos de unas personas en la lejanía. Quería decirles que guardaran silencio y se callaran porque no me dejaban dormir, sin embargo, no podía hacerlo. Mi cabeza comenzó a martillear dolorosamente y mi garganta se sintió seca. Me removí sobre lo que sea en lo que estaba encima y mi pierna tocó la textura de piel. Mis alarmas se encendieron, y aún sin abrir mis ojos mis cejas fueron frunciéndose por voluntad propia, la primera persona en la que pensé fue en Danielle, pero cuando mis ojos se abrieron y enfocaron con claridad a Raúl dormido en mi cama, con una almohada tapándose el rostro me fui tranquilizando.

Cerré los ojos con fastidio luego de cerciorarme que estuviéramos en mi habitación y las voces fueron siendo más claras y me di cuenta que en realidad no estaba gritando nadie, solo mi madre hablaba con mi tía Rose.

—¿Entonces llegaron muy tarde? —preguntó la voz de mi tía Rose.

—Sí, no me di cuenta a no ser que Ian llegó chocando contra la puerta de la habitación.

Tallé mis ojos, e intenté tragar saliva, pero todo dentro de ni boca era como un desierto. Estaba seca.

Abrí mis ojos de nuevo y con las pocas fuerzas que tenía empujé a Raúl para que se cayera de la cama. Observé su cuerpo deslizándose lentamente por la orilla y quise echarme a reír pero el dolor de cabeza lo hacía imposible. Raúl cayó de la cama y el estruendoso sonido hizo eco, para después escuchar sus quejidos desde el piso.

Segundos después lo vi reincorporándose, mientras se frotaba las manos en el rostro y masajeaba sus sienes.

—¿Qué... —Raúl miró a su alrededor con los ojos entrecerrados por el sueño —. ¿Qué horas son?

Palpeé las sábanas de mi cama buscando mi celular, o reloj, sin embargo, no encontré nada. Me encogí de hombros y me senté contra el respaldo tallando mi rostro. Encontré el celular de Raúl en la mesa que estaba a lado de mi cama y encendí la pantalla para mirar la hora.

—Son las... —aclaré mi garganta. La luz me encandilaba —. Tres de la tarde con veinticinco minutos.

Raúl gimió e hizo su cuello girar.

—¿Por qué me aventaste de la cama? —cuestionó, levantándose del piso y volviéndose a tirar —. Podía haber dormido hasta las cinco de la tarde.

—En tu casa —puse mi antebrazo sobre mis ojos para no ver nada —. En la mía no.

—Estaba teniendo un sueño de maravilla —comentó, poniéndose boca abajo —. Estaba en una gasolinera donde te atendían puras viejas encueradas, pero había una que en el sueño se robó mi corazón. Era de cabello medio rubio claro y ojos azules. Tenía puesto solamente unas bragas de estampado de leopardo. Era sexy.

Emití una pequeña risa.

—Se escucha a un buen sueño.

—Lo era.

—¿Llegué contigo a la casa? —cuestioné, porque no recordaba nada de lo sucedido. Después de haberme topado con Annabelle todo era un borrón en blanco y negro.

–¿No recuerdas nada? —me miró levantando una ceja, alargando su mano para tomar su celular. No tenía idea de dónde podía encontrarse el mío. El silencio fue la respuesta, y Raúl se puso a darle una revisada a su celular, luego después de unos minutos me lo tendió mostrándome distintas fotos en donde salíamos todos los de la fiesta.

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