Capítulo 59

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C A P Í T U L O  59

IAN DEATH OR DE'ATH

—Deja que te pinte con todos los colores —chilló Annabelle, empujándome para que tomara asiento en el sofá.

Ella tomó los distintos frascos de pinturas que había estado utilizando su hermana para realizar una maqueta y yo me acomodé plácidamente, extendiendo mis brazos en el respaldo del sillón.

Annabelle cogió un pincel y abrió el frasco de pintura amarilla, sumergió el pincel en ella y se acercó a mí para pintarme. Torcí el gesto y jalé la pretina de su pantalón, ocasionando que cayera sentada en mi regazo, abracé su cintura y permití que pasara el pincel lleno de pintura por mi mejilla, manchándola. Observé cada detalle de su rostro con determinación mientras sentía que dibujaba figuritas en mi frente. Ya imaginaba cómo debía estarme viendo, y el resultado no era excesivamente atractivo pero ver su sonrisa de niña chiquita hacía que no me importara mucho.

—¿Por qué te me quedas viendo así? —preguntó ella, dejando de dibujarme cosas sobre la cara.

—¿Cómo? —inquirí, ladeando mi cabeza, sin poder dejar de mirarla, no obstante, estaba alerta por si de repente alguien llegaba a la casa, no quería que su padre llegara de sorpresa y nos mirara así. Aún seguía teniendo cierto miedo y respeto —. ¿Te incomodo?

Esquivó mi mirada con una sonrisita nerviosa.

—No... bueno es que me da poquita vergüenza —arrugó su nariz y sonreí.

—¿Por que te da vergüenza? —pasé las puntas de mis dedos por su mejilla y recorrí el controno de su boca —. Si estás bien bonita.

Annabelle sonrió y dejó el frasco junto con el pincel sobre la mesa del centro de la sala, ubicó sus manos en mis hombros e hizo que nuestras bocas chocaran con algo de brusquedad.

Seguí el beso a su ritmo, y anclé mis dedos en su cadera, presionando su cuerpo contra el mío. Navegué mis manos por su espalda que estaba cubierta por unos de mis suéteres que se había negados devolverme y colé mis dedos bajo la tela, haciendo que hicieran contacto directo con su piel. Annabelle dio un sobresalto sobre mí al sentir mis dedos fríos y reí, separándome para dejarla respirar. Su cara tenía rastros de pintura en la mejilla por haber pegado nuestros rostros, tragué saliva y succioné su labio inferior.

Escuchamos a alguien bajar de las escaleras pero ni Annabelle ni yo pusimos atención, sabíamos de antemano que se trataba de su hermana.

—Ian, ¿cuánto es nueve al cuadrado? —preguntó y le di una rápida mirada de reojo, tratando de concentrarme en su pregunta y no en los labios de su hermana.

La respuesta llegó de golpe a mi mente y no tardé en decírsela.

—¿Y seis al cubo? —volvió a preguntar. Lo único que Jeannise quería era probarme para ver si era cierto que sabía matemáticas y para molestar Annabelle y no dejarnos solos.


—Para calcular una potencia hay que multiplicar la base tantas veces como nos indica el exponente —expliqué con paciencia —. El cubo es una potencia que tiene como exponente al número tres, entonces para calcular la potencia seis al cubo debemos multiplicar tres veces, como nos indica el exponete, la base que es seis —hice las cuentas en mi cabeza y le sonreí, sabiendo la respuesta —. El resultado de seis al cubo es 216.

Jeannise resopló, dándose por vencida y caminó en dirección a la cocina. Entonces planté un beso en la mandíbula de Annabelle, y fui dejando besos cortos a lo largo de su garganta y costado del cuello. Sentí sus dedos apretarse en mis hombros mientras que su respiración se iba haciendo pesada y caótica, dejando llevarse y ladeando la cabeza para darme más acceso. Mordisqueé su piel con suavidad y la escuché soltar un bajo gemido que me hizo sonreír y desenterrar la cabeza de su cuello para mirarla. Inmediatamente sus mejillas tomaron un color rojizo y solo para probarla presioné su cadera en mi regazo y accidentalmente halé su cabello, Annabelle suspiró, su piel se erizó y se quedó quieta, analizando las sensaciones que estaba sintiendo conmigo. Se asustaba por lo que llegaba a sentir, no tenía idea de si estaba bien o mal. Era a lo mucho que habíamos llegado, no iba tan rápido con ella, no llevaba prisa así que no había necesidad de apresuros. Yo podía esperar cuanto tiempo fuera.

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