Hasta Siempre

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Advertencia: se recomienda leer este capítulo con un paquete de pañuelitos cerca.

John había logrado dominar la repentina angustia que le provocó tener que contarle a su mejor amigo del terrible accidente, el cual, muy probablemente, había tenido consecuencias fatales. El doctor dio un gran suspiro para controlarse y alzó la mirada; Sherlock todavía estaba sentado en la misma posición, inmóvil. La única reacción visible era pestañear levemente, pero con la vista perdida. John comenzó a preocuparse.

- Sherlock, sé que es una noticia shockeante, pero reaccioná, por favor. Estoy acá para ayudarte, para acompañarte... hablame, decime algo... mostrá algún tipo de emoción... Sherlock... - con suavidad comenzó a sacudir el brazo del detective, que seguía con la mente completamente en blanco. El doctor empezó a pensar en que debería tomar medidas cuando, repentinamente, los ojos azules se fijaron en los suyos, con una expresión de incredulidad

- No es cierto - murmuró Sherlock - Nada de eso pasó, no es cierto. Todavía estoy durmiendo, y esto es sólo una pesadilla ¡Nada de eso es cierto! - exclamó obstinado, poniéndose de pie de un salto y corriendo a encender el televisor. En la voz se podía sentir claramente el dolor, el miedo y la furia. John lo siguió con la mirada

- No, Sherlock, no es una pesadilla, aunque mucho me gustaría que lo fuera... - respondió con suavidad, pero Sherlock no lo escuchaba.

De pie frente al televisor, pasaba los canales rápidamente, hasta que en la pantalla apareció la temida imagen; un Boeing 777, a metros de una pista de aterrizaje, en el cual aún se veían focos de incendios pero mayormente envuelto en una nube negrísima, producto del trabajo de los bomberos controlando las llamas. Alrededor había tres dotaciones de bomberos trabajando, varias ambulancias, docenas de policías y hasta miembros del Ejército del Aire español. Sherlock sintió que se le congelaba la sangre en las venas y una garra de acero le aferraba la garganta hasta casi cortarle la respiración

- Dios mío... Dios mío... - murmuró, cubriéndose la cara con las manos y perdiendo todo el color. John, temiendo que el detective colapsara, lo hizo sentarse en el apoyabrazos de su butaca. El doctor se conmovió al oír los sollozos ahogados de su amigo

- Lo siento, Sherlock - repitió, acongojado - Ojalá fuera una pesadilla, pero no lo es - por sus mejillas también corrían lágrimas; Elizabeth era una persona muy querida para él, la mejor amiga de su novia y una de las amadas tías de su hija, y a John también le costaba asumir el hecho de que acababan de perderla.

Por unos minutos, en la sala de Baker St. sólo se oyó el murmullo de la televisión y la respiración entrecortada del detective. Entonces, Sherlock se sentó erguido, frotándose la cara y respirando muy profundo

- Hay ambulancias, debe haber sobrevivientes. Hay que averiguar inmediatamente - dijo con voz ronca, poniéndose de pie y tomando su teléfono. John lo observaba ir y venir nerviosamente por la sala mientras esperaba que lo atiendan - ¡Mycroft! ¡Necesito tu ayuda urgentemente! -

Una hora después, Sherlock y John estaban en el bunker de Mycroft en el club Diógenes. El detective no podía quedarse quieto; se paraba, caminaba alrededor de la habitación, se volvía a sentar preso de ataques de angustia, y cada pocos minutos recibía llamadas de Lucas, quién tampoco podía dominar sus emociones pero prefería quedarse en su oficina; ya se sabe que, como buen sudamericano, Lucas vivía todo con mayor intensidad, y escogió dar rienda suelta a su nerviosismo y angustia lejos de Sherlock, para no alterarlo aún más. Messina también echó mano de sus recursos para tratar de conseguir información de las víctimas y los sobrevivientes, entre los cuales obviamente se encontraba su cuñado, inspector de Scotland Yard y con contactos en la Interpol.

Lo veo en tus ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora