"¡Este no es mi perro!"

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El Aeropuerto Internacional Ministro Pistarini, en Ezeiza, era un hervidero de gente ese lunes a las ocho de la mañana. La cantidad de personas que esperaban sus vuelos igualaba a la cantidad de los que llegaban al lugar procedentes de todas partes del mundo, y como en todo aeropuerto internacional, los idiomas se mezclaban en un murmullo ininteligible. Alicia y Elizabeth se acercaron a los puestos de migraciones para hacer el trámite de entrada al país, y ambas sintieron un cosquilleo de emoción al ser saludadas con el inconfundible acento porteño; ellas eran muy felices en Londres, ya no tenían la necesidad imperiosa de volver a su país y mantenían su idioma hablando con los otros tres argentinos del grupo, pero uno nunca olvida el lugar en donde creció, y ese acento removió todos sus recuerdos y emociones.

Terminado el asunto de migraciones, salieron al salón principal, arrastrando sus valijas

- Juro que cuando la empleada me habló, no sabía si responderle en inglés o en español - dijo Elizabeth con una risita. Alicia asintió

- Yo estuve tentada de saludar en alemán, pero la chica me compró con el ¿Cómo estás?; fue como decir 'Bienvenida a casa' - la mujer buscó buena señal de wi-fi y consultó sus mensajes - Bueno, según esto, nos conviene tomar el colectivo 8 hasta Liniers, y después uno por General Paz hasta Av. de los Constituyentes.. - su amiga meneó la cabeza

- ¿Estás segura, andar por Liniers con las valijas? La ciudad debe haber cambiado mucho pero, por lo que sé, Liniers sigue siendo muy peligroso. Está bien que si hablamos en español no se va a notar que somos turistas, pero las valijas nos delatan. Mejor tomemos un taxi, por las dudas; creo que gracias al cambio no nos saldrá tan caro - Alicia se encogió de hombros

- Sí, es cierto que con las valijas vamos a tener problemas; mi prima quería venir a buscarnos, pero a esta hora tiene que llevar a su hijo a la escuela, así que va a estar esperándonos. Bueno, vamos a buscar un taxi, que apenas lleguemos a la casa hay que ir al estudio de abogados - hacía algunos años, Alicia se había reencontrado con su prima en Leipzig, y desde entonces mantenían el contacto; al darse cuenta que no les quedaría más remedio que viajar, le pidió a la mujer que les hiciera el favor de alojarlas en su hogar, un elegante semipiso en Villa Urquiza. Elizabeth se acomodó su cartera

- Sí, mejor nos apuramos, quiero sacarme este asunto cuánto antes. Vamos, entonces - y ambas siguieron su camino rumbo a la parada de taxis.

Era la una en Londres. Sherlock había regresado de los tribunales, donde debió declarar como perito experto en el juicio que se le estaba haciendo a Grace Perkings por matar e incinerar a su esposo; Dimmock no se sentía capaz de explicar las teorías con las que el detective llegó a la solución del caso, así que prefirió que fuera el mismo Holmes el que diera las explicaciones pertinentes. Gracias a ese maldito juicio, él no pudo acompañar a Elizabeth en el viaje, y encima el juez le aclaró que tal vez lo necesitaran al día siguiente. ¡Maldito Dimmock! ¿No tenía a nadie más para molestar? El detective se arrojó a su sillón, resoplando molesto, y se preguntó si habría algo para almorzar en la heladera o tenía que llamar al delivery.

Durante esa meditación, su vista se posó brevemente en la estantería ubicada entre la chimenea y la cocina, llena de libros, periódicos viejos, cachivaches en cada estante, y el televisor. Sherlock sonrió; Elizabeth le había pedido espacio para sus libros, y ese era el lugar perfecto. Olvidándose del almuerzo, se puso de pie y comenzó a vaciar estante tras estante, dejando un tendero de libros y elementos varios tirados a sus pies. Así lo halló John, que había venido a buscar a Rosie y pasó por la planta alta a saludar.

- ¿Pero qué diablos...? ¿Tan aburrido estás? - fue el saludo del doctor. Sherlock se dio vuelta, sobresaltado

- ¡John! No te oí entrar - el detective siguió la mirada de su amigo hasta la pila que se había armado a sus pies; sintiendo que se ruborizaba sin poder evitarlo, alzó la vista nuevamente hacia el doctor - Ah, eso, sí... eh, claro, es que... - tartamudeó, mientras mentalmente evaluaba si le contaba los nuevos planes a John o se inventaba alguna excusa y esperaba a que Elizabeth se mudara para anunciar la novedad. El doctor alzó una ceja interrogante al oír a su locuaz amigo trabarse con las palabras, mientras en su rostro se veía una expresión ligeramente burlona al darse cuenta de que lo había pescado en un asunto confidencial.

Lo veo en tus ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora