Pacto de Sangre

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Ya hacía rato que el otoño se había instalado en Londres. La vida de este peculiar grupo continuaba a su modo; seguían pasando las veladas de los viernes todos juntos, al menos una vez por mes Silver River se presentaba en el Seminare, y cada tanto Sherlock recibía un caso digno de aparecer en el blog de John, siendo primero meticulosamente relatado a ese auditorio siempre interesado en los métodos del detective, solidarizado con el pobre Greg y orgulloso de las colaboraciones que los demás podían prestar, empezando por John, Elizabeth y Molly y pudiendo llegar inclusive a la señora Hudson cuando era necesario.

Anderson, luego de que su breve relación con la hermana de Molly llegara a su fin, volvió a frecuentar el teatro, tratando de colarse en la mesa reservada para el grupo que, invariablemente, asistía a apoyar a sus amigos. Sólo que ahora debía ayudar con el cuidado del bebé; más allá de que él y Sally no quisieran tener una relación estable, no dejaba de ser su hijo. Así que sus visitas eran esporádicas.

Uno de esos viernes, Molly ya estaba en su asiento junto con Victoria y Sarah, preparadas para darle apoyo moral al grupo. Su escolta masculina todavía no había llegado, pero no tardarían demasiado. John le había enviado un mensaje a Victoria unos quince minutos antes, que estaban junto a Sherlock y Greg dando cierre a un caso en el que un listillo quiso estafar a su compañía de seguros fingiendo su muerte. Como si eso fuera una idea tan original. (Justo le fueron con eso al presidente del club "Fingí mi propia muerte")

- ¡Qué increíble, hay gente para todo! - exclamó Molly con tono de indignación, luego de escuchar lo sucedido. Victoria soltó una risita

- ¡Pero Molly! ¿Cuánto hace que conoces el trabajo de Sherlock? ¿Y todavía te sorprendés de algo así, conociendo los casos locos y extraños que él resuelve todas las semanas? - preguntó, exagerando el tono de sorpresa. Molly se encogió de hombros

- Así y todo hay cosas que me cuesta creer - respondió, todavía molesta.

Mientras las chicas seguían conversando de temas diversos, un hombre alto, vestido con una polera gris y un pantalón oscuro, se sentó a escasos metros de ellas, solo. Con un ademán despreocupado, pasó su mano por el abundante cabello entrecano, y luego simuló concentrarse en su teléfono, aunque no despegó los ojos de ellas tres, a las que observaba por detrás de unos lentes oscuros que no se quitó, a pesar de estar en un lugar con poca luz. Cuando una camarera se acercó, con voz grave y ese tono de la gente acostumbrada a mandar le pidió un Tom Collins. Luego volvió la atención a la mesa, viendo llegar a Greg, John y Sherlock, y cómo eran recibidos por las chicas y se acomodaban entre ellas.

El hombre, de unos sesenta y largos años, prestaba particular atención a Molly, que de vez en cuando hacía ademanes con su mano izquierda, dejando ver claramente la alianza dorada. Unos minutos después, el grupo se presentó, como de costumbre, con muchas actitud y Lucas a la cabeza

- ¡Muy buenas noches, amigos! ¡Qué agradable encontrarlos cada vez que subimos a este mágico escenario! - saludó en español, para seguir en inglés - Esta noche vamos a dedicársela a un cantante que, si bien no es de rock-rock, como solemos elegir, le tenemos mucho cariño, y sabemos que varios de ustedes también pues muchas veces nos solicitaron interpretar algo de él. Por eso, ¡Hoy es la noche de Juan Carlos Baglietto! - exclamó Messina, seguido por una salva de aplausos de varios entusiastas del intérprete rosarino que estaban ahí presentes.

Apenas había oído la voz de Lucas, con su particular e inconfundible acento, el silencioso hombre fijó la vista en el escenario, apretando el vaso entre sus manos con cierto nerviosismo. Luego de la introducción, comenzó a sonar el piano, y entonces la atención del hombre saltó de Lucas a Alicia, mientras trataba de controlar su levemente agitada respiración.

Lo veo en tus ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora