El Caso del Ahogado Tatuado

427 21 16
                                    

Finalmente, y con un gran suspiro de satisfacción, el lunes Elizabeth regresó al Barts. Enseguida se puso a ordenar todo, ya que aún no podía participar activamente en las autopsias, y luego quedó atada a su escritorio, adelantando todo el papelerío atrasado. El día anterior había estado hablando un largo rato con Sherlock por teléfono, él había llegado de Sherrinford y, como siempre, necesitaba sacarse de encima las emociones negativas con las que volvía. Sólo que esta vez no acudió a Rosie, como lo hacía habitualmente, sino que aprovechó la oportunidad y la llamó a ella. Elizabeth, a pesar de que terminó algo agotada emocionalmente de escuchar toda la situación de Eurus, estaba feliz, su plan parecía marchar bien, Sherlock estaba contento, y mucho más relajado que cuando le planteó la idea, y los dos disfrutaban de esa nueva relación entre ellos. Ahora era hora de concentrarse y trabajar, las "vacaciones" se habían terminado. Mientras acomodaba algunos papeles, Anderson, que había sido solicitado para reemplazarla mientras tuviera el yeso, entró a pedir ayuda para algunos procedimientos. Elizabeth sonrió, se puso de pie y con la alegría de volver a la rutina conocida y segura, lo siguió.

Ese fue el comienzo de una semana "normal", después del caos desatado por Pichuskin, que terminó con repercusiones insospechadas.

El martes Lestrade, completamente repuesto ya de todo su malentendido, cayó en el Barts con un caso interesante de un cadáver muerto por asfixia en un incendio, pero sin una quemadura encima. Minutos después Sherlock apareció de la nada en el laboratorio para husmear en ese informe.

Tuvo que soportar a Anderson dándoles clase de quemaduras, mientras miraba a Elizabeth trabajar con alguna dificultad sobre un microscopio. La chica escuchaba y observaba el fastidio y aburrimiento del detective, que de vez en cuando la miraba con ojos divertidos y fingida expresión de molestia, y era correspondido por una sonrisa. Al fin Phillip se dignó llevarlos a ver el cuerpo, que Molly estaba preparando, y mientras Lestrade lo seguía a través de las puertas, Sherlock aprovechó para acercarse a Elizabeth y saludarla con bastante más cariño que cuando había entrado al laboratorio. Un segundo después, desaparecía por las puertas hacia la sala de autopsias, mientras ella hacía lo posible por volver a concentrarse en el lente y ocultar el rubor de sus mejillas.

Así pasaron un par de semanas. Sherlock le mandaba mensajes todas las noches, se aparecía al menos una vez a la semana en el Barts, y se seguían viendo los viernes en el Seminare, donde Elizabeth no podía tocar aún, pero alentaba a sus amigos desde la mesa y, de vez en cuando cantaba con ellos. El yeso todavía tenía para rato, pero su voz ya estaba bien. A medida que los días pasaban, los dos se acostumbraron a manejar sus emociones cuando estaban con los demás, que era prácticamente siempre, pero Sherlock siempre conseguía estar dos o tres segundos a solas con ella, sobre todo en el laboratorio, y entonces la abrazaba o la tomaba de la mano y le decía que la extrañaba. Elizabeth, por otro lado, sentía que no podía estar más contenta. Pensó que, a pesar de asegurarle que iba a aceptar esas condiciones, se le haría todo muy difícil, pero descubrió que todo ese "espionaje" le agradaba, mientras también le daba tiempo a ella a acostumbrarse a la situación. Tal como le había dicho indirectamente a Sherlock, ella nunca había salido con nadie, todo el tema en su hogar la había hecho reticente a las relaciones, así que también necesitaba tomar las cosas con calma.

El jueves apareció nuevamente Lestrade, habían encontrado un cuerpo en el Támesis la noche anterior y había sido enviado al Barts. Scotland Yard le dio el "obsequio" al detective inspector, así que, con tanta alegría como un adolescente yendo a la escuela, atravesó las puertas del laboratorio. Elizabeth, todavía enyesada, trabajaba en unos reactivos que Molly le pidió como favor. Inclinada sobre su microscopio, escuchó entrar a alguien y alzó la mirada. Recibió a Greg con una sonrisa amistosa, que se le congeló a medio camino. Pegada a los talones del inspector venía Donovan, con su traje sastre y sus aires de superioridad, aunque algo más tranquila que la última vez, después de todo, seguía bajo el mando de Greg. El inspector se acercó a la forense

Lo veo en tus ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora