Sorpresas

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La semana siguiente al funeral de Murray, John volvió a ser casi el mismo. La realidad era que, con una criatura alegre y conversadora como Rosie era casi imposible mantener un estado de tristeza permanente. Ella podía devolverle la alegría a cualquiera.

El jueves, entonces, con el ánimo de siempre, dejó a su hija con la Sra. Hudson y, junto con su amigo, partieron al Seminare. A Lalo le faltaban sólo dos viernes para terminar su curso, y el sábado ya había sido fijado como el día de la comida mexicana, por ende, ese jueves el grupo se juntaba a tocar.

Molly, como siempre, era la primera en ocupar la mesa. Mientras John la saludaba, Sherlock acomodaba su abrigo en la silla y hacía un paneo general de la sala, sólo por costumbre. Sin embargo, algo le llamó la atención, una mujer de cabello castaño claro, en una mesa al otro lado del balcón, frente a ellos. Le dio la sensación de que los había estado observando. Pero cuando los ojos azules se fijaron en ella, ya se había dado vuelta y no le dio tiempo a evaluar bien la situación. Sherlock se sentó en su lugar, tratando de prestar atención a sus amigos, pero algo dentro suyo no lo dejaba relajarse. Había algo que no andaba bien. John lo notó y se lo preguntó

- No pasa nada - dijo el detective, con un gran esfuerzo por sonar normal - Probablemente vi a alguien conocido, una fracción de segundo, y mi inconsciente me lo indicó, aunque mi cerebro todavía no terminó de procesar los datos. A veces pasa - Molly sonrió

- ¿Alguien conocido tuyo acá? - preguntó con cierta incredulidad. Él se encogió de hombros

- Un cliente quizá. Fue sólo un segundo, mi cerebro registró rasgos conocidos, pero no le alcanzó el tiempo para ubicarles el nombre. No tiene importancia - dijo, como para dar el tema por concluído.

Si a alguno le quedó una pregunta pendiente, la llegada de Greg los distrajo lo suficiente para olvidar el detalle. Pero aún así, una sensación de problemas inminentes se había instalado en lo profundo de Sherlock, que no pudo quitar ni siquiera la mirada brillante de Elizabeth, que ya estaba en su lugar en el escenario y le sonreía desde detrás del micrófono.

Esa semana la chica había estado algo extraña, demasiado alegre, casi eufórica, el polo opuesto a John. Teniendo en cuenta que el funeral de Murray le había dejado una fuerte impresión, Sherlock no entendía el por qué de tanta alegría repentina, pero terminó suponiendo que era parte de la idiosincrasia sudamericana; a veces tanto ella como Lucas le resultaban difíciles de comprender.

Mientras el detective luchaba con esos interrogantes internos, Lestrade había saludado a Molly y John, y apenas había tomado su lugar cuando se les unió Sarah, que fue recibida con exclamaciones de afecto, ya que hacía bastante no podía compartir con el grupo por culpa de su trabajo. El pequeño grupo se acomodó rápidamente, mientras Lucas salía a escena y saludaba, como cada vez que tocaban.

- ¡Bienvenidos al Seminare! Vamos a ponerle un poco de onda a este jueves helado y nevado. ¿Empezamos? - dijo el hombre, arengando a la multitud, mientras rasgaba la guitarra. Entonces, mirando a sus compañeros, comenzaron a tocar Dame fuego, versión de Attaque 77. A pesar del frío, como siempre, el público inmediatamente les hizo acompañamiento.

Los ingleses ya se habían acostumbrado (al fin) al espectáculo que brindaba el público sudamericano en los shows, fuera quien fuese el que cantaba (lo habían visto desde grupos de metal hasta una ocasión en que hubo todo un show de folclore, para conmemorar las fechas patrias de Argentina, y donde Lucas y compañía, que en esa ocasión estaban en el público, participaron con verdadero entusiasmo). Además, a estas alturas, los chicos habían repetido una que otra canción, por lo que hasta los podían acompañar en un español fonético rudimentario. Ya todos disfrutaban de esa conexión especial, incluso Sherlock, que aplaudía y vitoreaba a su novia sin ningún tipo de reparos.

Lo veo en tus ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora