Desenmascarando a Banks

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En pocos minutos el toyota estacionó frente a una concesionaria cerrada en el 150 de Pentonville Rd., en Islington. Sobre las persianas se veía claramente una faja de clausura. Los seis bajaron del auto en un segundo; menos mal que era domingo por la tarde y no había casi gente en la calle, porque el espectáculo de ver a esos seis personajes saltar de un corolla era difícil de ignorar. Apenas Sherlock puso un pie en la acera y vio el lugar, se dio un golpecito en la frente con el canto de la mano

- ¡Pero que estúpido...! - masculló enojado. John alzó la vista al gran cartel sobre la persiana cerrada y leyó; Automóviles Petran - Compra y Venta de usados.

Pero no hizo a tiempo de hacer ningún comentario, pues sus compañeros ya habían salido corriendo a la esquina tras Dragos, que por ahora parecía ser el que dirigía la operación. El doctor los siguió y todos doblaron sobre Rodney St.; Dragos se detuvo frente a una pequeña puerta

- Si vamos a entrar clandestinamente es mejor hacerlo por esta calle, que es más pequeña y desierta - les dijo. Sherlock asintió y revolvió en su bolsillo buscando algo que le permitiera forzar la puerta, cuando Velkan le aferró el brazo con fuerza, a la vez que les pedía a los demás que esperen con un ademán de su mano

- Momento, vamos a darles una oportunidad - y con fuerza dio dos o tres golpes en la puerta con un ritmo particular.

Luego de un par de minutos, que para Sherlock parecieron una eternidad, la puerta se abrió unos centímetros. Elizabeth le pegó un tirón a la manga de Sherlock para alejarlo del campo de visión, así el que abriera sólo vería a los Dalca. Un muchacho, de no más de 17 años, asomó la nariz

- ¡Kolia! - saludó Velkan con los brazos levantados. Victoria se sumó

- ¡Primo, tanto tiempo! Vinimos a verte antes de que papá se vaya de viaje de nuevo - el chico dudó unos segundos

- Es que.... En estos momentos no puedo atenderlos... - Dragos dio un paso al frente

- ¡Pero Kolia! Pensamos que te veríamos en casa de Vasile; e bibí phendiás* que estabas acá, así que vinimos a visitarte. No sabemos si te vamos a ver antes de irnos. ¡Hasta e Lira se vistió rhomanés! - exclamó, señalando a Victoria. El chico suspiró

(*la tía dijo)

- Bueno... - comenzó a decir, abriendo lentamente la puerta. Dragos aprovechó el momento y empujó la puerta, dejando entrar a todos. Kolia se quedó mirándolos asustado

- Kolia - le dijo Velkan suavemente, rodeándole los hombros con un brazo - No es necesario llegar a estos extremos. Sabés que tener a la chica acá, privada de su libertad, es algo muy grave. Dejá que estos señores la regresen con su familia. Yo voy a hablar con tu padre - el chico palideció al oír mencionar a Marianne. ¿Cómo sabían ellos que la chica estaba ahí?

- Pero tío, no entendés - le dijo en voz baja, mirando a la comitiva de reojo - El tío ya está en la cárcel; si encima se sabe que nosotros hicimos esto, va a ser peor. Y o gazhó no va a dar la cara. ¡Vamos a perder todo! - exclamó enojado. Sherlock, comprendiendo que hablaban de Banks, se acercó a los hombres

- Si me permite, Velkan, yo quisiera participar en esa conversación, para asegurarles de que me voy a encargar de que Banks diga toda la verdad y que se libere a Petran. Me comprometo a dejar en claro todo lo sucedido. Pero la chica no tiene idea de nada, y tampoco debe pagar por los errores de su padre - les dijo muy seriamente. Kolia, algo abatido, los dirigió al fondo de la concesionaria.

Finalmente, y luego de una larga conversación entre Sherlock, Velkan y su cuñado Ferko (que a su vez era el cuñado de Petran, el gitano encarcelado; sí, las familias gitanas son así, un embrollo de primos y cuñados), Ferko accedió permitirles a Sherlock y John llevarse a Marianne a su hogar sin oponer resistencia ni tomar otro tipo de medidas. Al abrir la puerta de la habitación donde la chica estaba encerrada, los dos se llevaron una sorpresa; en vez de encontrar a Marianne angustiada y nerviosa, maniatada o algo similar, la hallaron sentada en un silloncito, muy tranquila leyendo. Había un plato vacío sobre una mesa, y un colchón en el suelo, con las sábanas muy prolijamente tendidas. Al oír abrirse la puerta ella levantó la vista muy confiada. Evidentemente, y aunque los gitanos se la habían llevado a la fuerza, no la habían maltratado, al contrario. Luego de declarar que venían a buscarla, la chica acompañó a Sherlock y John a la salida. Mientras el doctor buscaba un taxi, Sherlock se encerró en una oficina a hablar por teléfono con su hermano. Finalmente, los tres salieron del enorme local para subirse al taxi, dejando a los gitanos aún algo inquetos.

Lo veo en tus ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora