La muerte de Terrence Murray

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El jueves a las seis y media de la mañana, Holmes, Watson y Lestrade bajaban del avión en el pequeño aeropuerto de Edimburgo, a las afueras de la ciudad, en el barrio de Ingliston. Habían conseguido habitación en el hotel Moxy, en el 1 de Fairview Rd., frente al aeropuerto, y hacia allí se dirigieron para dejar sus cosas y planificar bien lo que iban a hacer ese día. El primer paso era averiguar en el aeropuerto exactamente en qué estaba trabajando Murray, y para eso iban a necesitar la placa de Scotland Yard así que, inicialmente, Sherlock dependía de Greg. Y Greg no iba a comenzar el trabajo sin desayunar, por lo tanto el detective tuvo que sentarse en el bar del hotel, acompañando a los otros dos, sin chistar. Qué fastidio.

Al fin los tres se dirigieron a la oficina de administración de personal del aeropuerto, sólo para descubrir que no habría nadie hasta por lo menos cuarenta minutos más tarde. Con verdadera frustración, Sherlock declaró que no se iba a quedar sentado "papando moscas", y que iría a dar una vuelta por el aeropuerto, para examinar el terreno. Greg le dijo que dispusiera de su tiempo de la manera que creyera mejor, y John se quedó acompañando al detective inspector, porque las dos tazas de café que había tomado aún no habían hecho efecto en su mente adormilada. Así que Holmes se fue solo a recorrer el lugar, observando todo con sus ojos azules enfocados en el caso que les ocupaba.

- Escuché que Alicia tiene los días contados en su trabajo - empezó de la nada John, ahogando un bostezo. Lestrade dio un respingo al oír el nombre, pero el doctor estaba luchando con el sueño, así que no se percató del detalle.

- ¿Por qué saliste con ese tema de repente? - preguntó Greg, observando las idas y venidas del enorme salón principal. Los dos se habían sentado en unas butacas al lado de la oficina, pero delante tenían un pasillo que se abría al salón. John se encogió de hombros

- No lo sé. Intento mantenerme despierto, y justo vi pasar una mujer con pinta de abogada; me hizo acordar a ella. Sólo trataba de conversar, para que Sherlock no me apalee cuando vuelva, por dormirme en esta silla - el hombre suspiró audiblemente, mientras se desperezaba - ¿No necesitan abogada en el Yard? - Lestrade sonrió

- Alicia trabajaría muchísimo mejor que el que tenemos actualmente, pero de todas maneras no hay razones sólidas para reemplazarlo - luego se encogió de hombros - Pensé que Lucas le hallaría pronto un trabajo, él, que tiene tantos contactos comerciales - John suspiró

- Sé que intentó, no tengo bien en claro por qué se está haciendo tan difícil. Sí dijo que le daba el trabajo de llevar la parte legal del Seminare, pero ella necesita algún cliente más, pobre Alicia - el doctor meneaba la cabeza. Lestrade no dijo nada, sabía que muy pronto tendrían todas las respuestas.

Él también se desperezó, para luego quedar recostado en la butaca, a la espera del director de personal, tratando de poner su mente en el caso de Murray y no en la partida inminente del avión que había sido anunciada recién por los altoparlantes, hacia Dresde, a escasos 120 km de Leipzig.

Un rato más tarde Sherlock volvió junto a sus compañeros. Había estado observando las instalaciones y llegado a la conclusión de que se requería alguien que trabajara en mantenimiento para lograr poner el cadáver en el tren de aterrizaje. Desde que los aviones salían del hangar, no pasaban un segundo sin alguien trabajando al lado, ya fuera mecánicos, técnicos, maleteros, personal de maestranza o seguridad. Al margen de estar expuestos a la vista de los pasajeros, que esperaban a abordar ante las puertas correspondientes, en un largo pasillo con paredes completamente de vidrio. Y como había recalcado John, era toda una hazaña subir al tren de aterrizaje, más de tres metros sobre el suelo, ni hablar de hacerlo con un cadáver de un hombre como Murray, cercano al metro ochenta. Eso se había hecho dentro de un hangar, probablemente.

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