"Mary Bell" o "Una aventura victoriana"

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Nota: los términos victorianos los voy a ir aclarando en los comentarios, para que no se pierda la continuidad de la lectura. Traté de tener muy en cuenta las fechas de los hechos y personas, tanto como la tecnología con la que ya se contaba y la que no. Se me pudo haber escapado algún detalle pero, en líneas generales, está todo comprobado históricamente.

Londres, 1895

Sherlock Holmes había regresado a Baker St. hacía un año, más o menos, después de hacer creer a toda la sociedad que había muerto junto con el Profesor Moriarty en ese caldero infernal que son las cataratas de Reichenbach, en los alpes suizos. Rápidamente, y luego de casi matarlo del susto, recuperó la compañía de su fiel amigo el Dr. John Watson, quién volvió a asociarse con el detective en su tarea de encontrar la solución a los crímenes mas intrincados e inverosímiles que caían bajo la jurisdicción de Scotland Yard.

Luego de acabar con el Profesor y mandar tras las rejas a sus principales lugartenientes, como el Coronel Sebastián Morán, Holmes se alegró de tener un período de descanso y recuperar sus antiguas costumbres y pertenencias, en el 221B. Era un hombre reacio al cambio. Pero el fin del siglo XIX se acercaba con premura, y con él, grandes revoluciones, como la industrial, y otros movimientos sociales que, sin que el detective lo imaginara, darían un completo giro a su vida.

Ya había pasado un tiempo desde que la mente inquieta y el cuerpo asceta de Holmes se recuperaran de las emociones y aventuras que vivió esos tres años desaparecido por Asia y Europa, así que estaba deseando hallar un caso complejo, y no simples rastreos de cosas robadas y jovencitas rebeldes, como había sucedido los últimos meses. Con un suspiro, tomó la pipa de palo de cerezo de la repisa de la chimenea, la preparó y se sentó ante la lumbre, esperando que el fiel Watson cumpliera con su visita vespertina.

Unos instantes después, unos pasos en la escalera anunciaron la llegada del doctor.

- ¡Mi querido amigo! ¡Adelante, adelante! - lo invitó el detective, señalando con la pipa el otro sillón con orejeras. John Watson dejó el ulster en el perchero próximo a la puerta, junto con su bastón de paseo y su bombín de fieltro, y tomó asiento.

- ¡Ah, Holmes! Tengo que decir que este sillón y esta lumbre son más agradables que los de mi hogar - dijo el doctor arrellanándose - La Sra. Hudson dijo que en un rato subía la bandeja del té - continuó, observando a su amigo, que se veía muy recuperado de sus esfuerzos por acabar con la peor red criminal que Londres había tenido en su historia.

- Supongo que la compañía tiene que ver - Holmes respondió a la primera observación de Watson, recordando que, mientras él vagaba por el Tíbet, el doctor había sido padre, para luego perder a su fiel compañera Mary, víctima de uno de los asesinos más mortíferos de Europa, el tifus. Por supuesto, pasar la hora vespertina sentado solo ante la chimenea, con la única compañía de una criatura de tres años, hacía que cualquier sillón fuera más confortable que el propio.

La mirada del doctor se ensombreció un poco, pero en un segundo ya se había recuperado. Entendía esa frase como la manera que el antisocial Holmes encontraba de demostrarle su empatía, si es que era capaz de tener ese sentimiento.

- ¿Y cómo está la pequeña Rosamund? - siguió Holmes para hablar de algo más agradable

- Muy bien, gracias. Tuve la buena fortuna de encontrar una excelente niñera, que nos tiene paciencia a ambos, y es muy buena persona. Puedo dejarle a Rosamund con total confianza - Watson estiró más los pies para acercarlos al calor de la lumbre - ¿Y usted, mi amigo? ¿Tiene algún caso entre manos? - preguntó con interés, observando la figura frente a él, que llevaba su batín de entrecasa sobre su camisa blanca y chaleco gris, cruzado por la cadena dorada del reloj de bolsillo.

Lo veo en tus ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora