49.- Modelo.

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Armando descorrió las puertas principales de la oficina con una sonrisa, y al verla de pie recargada de su escritorio sonrió más ampliamente.

- ¡Pero qué hermosura lo que me he encontrado en esta oficina!... - al tiempo que cerraba las puertas tras de sí.

- ¡Detengase ahí! - le ordenó Betty. - No de un paso más. - Amando se paralizó sin entender aquello y alzó sus brazos exponiendo sus manos a la altura de su rostro.

- ¿Qué sucede? - Preguntó extrañado.

- ¿Consiguió a las del cuartel en los pasillos?

- Ehhh... no, creo que ya se fueron todas al almorzar...

- ¿Se fue toda la planta ejecutiva a almorzar?

- Creo que sí, Betty... - Armando no entendía nada aquel interrogatorio.

- ¿Se acuerda lo que me propuso esta mañana sobre éste escritorio cuando le pedí detenerse? - Armando se confundió, trató de hacer memoria y no lo ubicó al instante ya que no sabía a qué se refería Betty...

- ¿Que si le colocaba seguro a las puertas? - le preguntó no muy seguro.

- Exacto... colóqueles seguro a ambas puertas - les dijo señalando la principal y la que conducía a la sala de juntas. - y sígame a mi antigua oficina... ¡rápido! - le ordenó con actitud mientras empezaba a caminar hacia dentro de aquella oscura oficina y Armando se perdía en el contoneo natural de aquellas caderas.

Armando no entendía nada, no sabía si pensar bien, mal o mal bien, el tono autoritario de Betty lo confundía, no sabía si estaba en problemas o qué era lo que sucedía, pero obedeció al instante colocando seguro a ambas puertas y luego entrando a ese pequeño intento de oficina. A penas pasó la puerta vio a Betty nuevamente recargada de aquel pequeño escritorio con los brazos cruzados, la luz de sólo una vela apenas alumbrando alrededor y un par de flores a un lado sobre el escritorio que, aunque bellas, no se comparaban con la belleza de aquellas piernas bajo la falda, enfundadas en aquel color nacarado.

- Cierre esa puerta también... - Ya Armando empezaba a comprender, se sonrió y giró para cerrar la puerta. Cuando iba a acercarse a Betty, esta volvió a detenerlo. - Espere un momento ahí.

Armando obedeció conteniendo una sonrisa y adoptando una actitud relajada recargándose en la puerta, con cara de póker y colocando sus manos en sus bolsillos. Betty se separó del escritorio y empezó a deslizar las mangas de su blazer fuera de sus brazos, lo sacó por completo y lo dejó sobre la pequeña silla donde ella solía sentarse. Armando observó que la blusa blanca definía sinuosamente su busto dejando ver una delicada ropa interior de encaje bajo la seda. Ella continuó bajando el cierre de su falda, dejándola caer por sus piernas para tomarla y colocarla junto al blazer mientras Armando trataba de ver un poco más arriba del final de la blusa que la cubría apenas un poco más abajo de sus caderas.

- Si lo desea, yo puedo ayudarla con eso... - le dice Armando con su expresión de fingido desinterés.

- Aún no, doctor, muchas gracias. - le respondió con seriedad Betty, dejándole una promesa en el aire.

Continuó entonces botón a botón de su sedosa blusa, cuidando de no abrirla a medida que cada botón iba cediendo, hasta que finalmente terminó con todos y permitió que se abriera por completo para deslizarla fueras de sus brazos. Armando mantuvo la cara de póker pero cambiando el balance de su cuerpo, se irguió separándose de la puerta aún con las manos en los bolsillos e inclinando ligeramente su cabeza hacia un lado sin dejar de verla.

Se dio cuenta de que Betty tenía puesto el conjunto completo que le había regalado hace unos días, incluso con el liguero a la cintura que acentuaba su fina cintura, cada una de las piezas resaltaban el arte que era su cuerpo, el volumen justo de sus senos firmes, la redondez de sus caderas, el blanco de las piezas destacaban el color caramelo de su piel, el delicado encaje dejaba traslúcidos ciertos pedacitos que invitaban a explorar sin obviar la sinuosidad del cáliz dueño del néctar que lo embriagaba. Se cruzó de brazos escapándosele un suspiro, tratando de no dejar caer su cara de póker, pero Betty podía notar que su mirada se había vuelto más oscura, había inclinado hacia abajo su mentón y la ligera sonrisa había desaparecido. Estaba aprendiendo a conocer esos pequeños gestos que él pretendía pasaran desapercibidos, y no sólo los aprovecharía sino que los usaría para darse confianza.

Finalmente JuntosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora