Él lo entenderá

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Capítulo veinticinco.

Narra Ninette.

MI cumpleaños pasó, Ms padres volvieron a pasar tiempo conmigo. Ya no salía, hasta que regresaron las clases.

Robert y yo llegamos a los cinco meses y con ello, abril. El calor comenzaba a ser inmenso y la tristeza sabía a dulzura. No importaba lo mucho que me doliera dejar a Robert, no importaba.

-Hey... -Halley acarició mi espalda mientras seguía comiendo su ensalada de frutas- estoy segura de que te ama, va a entenderlo

- No es tan simple... -tapé mi cara con frustración.

- ¿Por qué no? -bufó- no es como si lo hubieras engañado

Abrí la boca para decir algo pero inmediatamente la cerré y miré a otro lado.

- ¡Ninette! -gritó con sorpresa.

Negué con la cabeza y me levanté.

- ¿A donde vas?

- Ya no puedo -recogí mi mochila- tengo que decirle todo lo que ha pasado

- ¿Quieres que te acompañe?

- No... yo puedo -suspiré- después iré a la oficina de Payton para dejar las cosas hasta aquí

Levantó su puño en porra y me di vuelta. Caminé entre la gente y me atravesé por la sala de maestros, pasé hasta la oficina de Laurie.

Ahí mi valentía me abandonó. Mis manos comenzaron a sudar y sabor agrio a la culpa en mi boca.

- Tranquila, lo entenderá... -dije para mi.

Tomé la manija y la abrí. La siguiente escena me dolió tanto que casi me destruye el dolor del pecho.

- ¡¿Qué no sabes tocar, maldita sea!? -gritó la voz ronca de Laurie.

Había ropa tirada por todos lados. Una mujer de cabello castaño claro recargada en el escritorio y él masajeando su busto mientras la penetraba.

- Yo... -solté un sollozo ahogado.

Subió su mirada y el terror en sus ojos era notable.

- ¡Ninette! No es lo que parece -intentó caminar a mi.

Di unos pasos atrás y cuando choqué con la pared, salí corriendo de ahí. Saqué las llaves del auto que estaban en mi pantalón, entré y azoté la puerta. Las lágrimas comenzaron a salir, apoderándose de mi vista borrosa, me las quité con rudeza y encendí el auto.

Mi teléfono comenzó a sonar, miré de reojo y en la pantalla estaba una foto de Laurie y yo, su nombre con un corazón y las operaciones de contestar, colgar o mandar a buzón de voz.

Dejé que siguiera sonando.

Al salir de la ciudad tomé la carretera y conduje a velocidad.

Mi teléfono seguía y seguía sonando, mi desesperación aumentaba. Tomé el teléfono y respondí.

- ¡Deja de llamar! -grité entre sollozos.

- Tienes que dejar que te explique...

- ¡No, vi lo que pasó!

- Ninette por favor -suplicó- no es...

Colgué, apagué el teléfono por completo.

Antes de pasar por la caseta, detuve el auto en una esquina y solté un grito desde mi garganta, dejando que todas las lágrimas que tenían que salir salieran.

El dolor en mi pecho aumentaba y el dolor en la cabeza comenzaba a hacerse presente.

No supe cuanto tiempo pasó o como hice en el intervalo de ese tiempo para regresar a mi casa.

Azoté la puerta de la entrada tras de mi y tambaleándome caminé hasta la repisa donde estaba el alcohol. Ahora ya no dolía la cabeza o el pecho, solo me sentía mareada.

(no lo intenten en casa, gracias)


Sentí la tela suave debajo de mis manos. Un picor en las sienes me hizo estremecer. No quería abrir los ojos, me dolía.

- ¡Buen día! -gritó una voz masculina.

El dolor de cabeza aumentó sintiéndose como una punzada horrible.

Abrí los ojos y la luz me lastimó. Con mi mano intenté tapar lo mayor de luz y pude ver un poco mejor.

- ¿Papá? -pregunté algo sorprendida.

- No, un fantasma -burló- si dormilona, soy tu papá... ahora, te levantarás y bajarás a desayunar -ordenó- ¡Andando! -dijo de manera graciosa, pero realmente a mi no me hizo ni gracia.

Apreté los ojos un par de veces tratando de recuperar la compostura, solté aire por la boca sintiéndola seca.

Cuando llegué a la cocina el desayuno ya estaba listo, panqueques de moras, jugo de naranja y fruta partida.

- ¿Tu hiciste todo esto? -dije haciendo una mueca por el dolor.

- Claro -sonriente- menos el jugo, ese lo compré ahí en el mercado que nos gusta

Sonreí con ternura y me senté frente a él. Casi no había temas de conversación ente nosotros, nunca. Solo nos dábamos algunas miradas a escondidas, pero nunca hablábamos directamente de algo, al menos de que fuera sobre la escuela.

- Y... ¿cómo van los chicos? -preguntó de repente.

- ¿Chicos?

- ¿No tienes novio? -preguntó alzando una ceja.

De nuevo el amargo sabor a culpa, asco y ahora decepción, dolor.

- Tuve uno... -admití.

- ¿A si...? -interesado.

- Aham

- ¿Cómo se llama?

- Laurie...

- Laurie -repitió lentamente remarcando la i- ¿y qué pasó?

- Prefiero no hablar de eso, ¿si? -pedí.

Asintió y volvió a ver su plato.

- ¿Has ido a gimnasia?

- Salí hace un año y medio, papá

- Bien... -dió un último trago a su vaso y dejó sus platos en el fregadero- voy a salir a correr, ¿quieres acompañarme? -preguntó animado.

- No tengo muchas ganas de salir ahorita -negué haciendo una mueca- me siento algo mareada y con nauseas

Se detuvo en seco frente a mi.

- ¿Estás embarazada?

- ¡No, papá, no! -grité incómoda- es solo uno de esos días donde no tienes ganas de hacer nada

Soltó un suspiro relajado.

- Bien... yo iré, por favor haz tu cama y métete a bañar

Asentí con la cabeza y seguí comiendo. Me sentí mal con el último bocado, sentí que lo vomitaría en cualquier momento pero opté por pensar en otra cosa y cerrar la boca. Dejé los trastes en el fregadero y lavé los míos y los de papá, los que utilizó para hacer el desayuno y al terminar subí a mi cuarto.

Tendí mi cama y limpié el gran desastre que había por todo el piso. Tomé algo de ropa y fui al baño, me quité mi ropa y abrí la llave del agua caliente. Me metí a la ducha y el dolor comenzó a hacerse mayor. Tomaba bocanadas de aire, pero me costaba trabajo espirar y fue cuando mi cabeza dijo "Libéralo, vomita". Sin contenerlo más empecé a sacar todo el alimento por la boca de una manera asquerosa.

El dolor regresó a mi cabeza. Me dejé caer el piso de la regadera y abracé mis piernas escondiendo mi cabeza en ellas. Odiaba sentirme así, física y emocionalmente. Alcé un poco la mirada, viéndome en el espejo de piso que abarca la mitad de la pared.

Miserable, desnuda y desprotegida, así me sentía.

Escuché la puerta de la entrada y recé por que fuera mi papá.

- ¡Papá! -grité con las fuerzas que me quedaban- ¡Papá!

Quería llorar. Me dolía todo el cuerpo y todo daba vueltas, me sentía totalmente débil.

Y en algún punto, me desmayé.





Sex Intructor® | 𝐏.𝐌 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora