Capítulo 17.

554 34 8
                                    


SILVA

Nueva semana en la Royal Academy, estoy tan acostumbrado a la rutina de estar aquí que casi no diferencio mi casa de verdad al internado. Podría decir que es triste pero no diferencio mis emociones desde que soy pequeño, mis padres pensaban que era cuestión de la edad o que era más reservado. Nunca me llevaron a un psicólogo, hasta que me enteré de la muerte de mi madre, nunca lloré. Me diagnosticaron alexitimia, dificultad para identificar emociones y expresarlas. Me quedé con ese nombre que me acompañaría por el resto de mi vida. 

Empecé a distinguir los comportamientos y los sentimientos, me fijé millones de veces en mis amigos, por las noches aprovechaba para ir al baño y ponerme enfrente del espejo para practicar, para ser como ellos, un niño más. Me acostumbré a estudiar las personalidades de los demás, practiqué y practiqué hasta conseguir resultados. 

Las veces que iba al psicólogo eran sesiones para estudiar como me desarrollaba como persona, hacíamos juegos con cartas que tenían dibujos de acciones que expresaban felicidad y enfado. La situación se tensó en mis terapias cuando fingí reír de un chiste que me hizo leer en voz alta, en ese entonces tenía 14 años. No tardó en averiguar que estaba creando una personalidad diferente a la mía a base de estudiar a otros. 

 Psicópata, oí esa primera palabra cuando escuché en secreto a mi padre y a mi psicólogo hablar de lo que iba a pasar, el paso definitivo fue pasar a psiquiatría. La personalidad que estaba creando ya existía, solo que no la había "despertado" hasta que llegué a la adolescencia. Empecé a ir más seguido al hospital, los primeros años podría decirse que pasaba tres tardes completas de los siete días de la semana. Revisión de medicamentos, estudios psicológicos, conversaciones profundas y grupos de terapias eran algunas de mis "pasatiempos" allí. 

Varias veces intenté boicotear mis sesiones, tiraba las pastillas para estar "despierto" y ser yo, fingía que estaba progresando de cara a todo, pero lo único que estaba consiguiendo era empeorar. La medicación empezó a ser más fuerte, muchas veces estaba desorientado e inhibido, no podía hacer mucho esfuerzo y lo único que quería hacer era dormir. Varias veces encontré moratones en mi cuerpo, lo asocié a que cualquier toque en mi cuerpo sería más grande de lo que parecía por mi estado de salud. Empecé a obsesionarme con mi cuerpo, fui testigo de como fueron desapareciendo mis músculos para dejar paso a los huesos, las costillas y los omoplatos se marcaban tanto que tenía que ponerme sudaderas gordas para no aparentar. La cosa empeoró cuando empecé a perder el conocimiento, las veces que me pasaba no recordaba nada de lo que había pasado. En una de las sesiones me pasó, al recuperar el conocimiento vi que estaba tumbado en una camilla del hospital y con un montón de vías en mi brazo. Mi trastorno de identidad disociativo se había apoderado de mí sin darme cuenta, todas las veces que había perdido el conocimiento era porque quería tener el control. Fue duro combatir con mi propio cuerpo, con mi propio yo.

Una nueva etapa comenzó, en mi cuerpo había dos personas que luchaban por salir.

Empezamos a diferenciarnos, él se identificó con mi nombre y "yo" con mi apellido. Aaron era una persona explosiva y lleno de tristeza, tendía a romperse con facilidad y abrirse sin ningún tapujo. Confesó que fue él que había hecho los moratones en nuestro cuerpo y que había evitado la comida, me enteré por el diario que empezamos a compartir. Acordamos escribir todo lo que hacíamos y sentíamos cuando alguno de los dos estábamos conscientes. Ayudó mucho para tolerarnos mutuamente, no fue fácil al principio ya que Aaron quería contar la verdad a los demás y yo me negaba, los únicos que sabían de lo nuestro eran nuestro psicólogo-psiquiatra y nuestro padre. Ocultar en vez de mentir, las veces que nos preguntaban algunos de nuestros amigos o nuestra hermana nos defendíamos con los medicamentos. Sin darme cuenta empecé de pensar en "yo" a "nosotros", nunca conseguimos estar los dos conscientes, o era uno o el otro. Todo iba demasiado bien, los dos cooperábamos en las sesiones y mantuvimos el mismo comportamiento frente a nuestros amigos hasta que pasé demasiado tiempo en estar consciente. Me asusté al pensar que Aaron ya no estaba en mí, la única explicación que le di era que la medicación había empezado a responder. No se lo dije a nadie, me hice pasar por él en las sesiones que le tocaba. 

Royal AcademyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora