Capítulo 12.

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MICA

Los recuerdos de mi infancia y de mi pre-adolescencia los tengo cada vez más distorsionados, cuando dejo de tomar la medicación es lo que me pasa, no distingo lo que es verdaderamente real o un juego que hace mi mente. Casi todos los días, por no decir todos los días, repaso en mi mente todo lo que he vivido, me gusta controlar mis recuerdos para no olvidar ninguno. Pensé en escribir un diario, pero siento que lo que hago es más íntimo y personal, nadie puede saber lo que pienso y lo que hago, podría hacerlo durante todo el día y nadie se daría cuenta. En cambio, con el diario estaría jugando a que lo descubrieran y estar todo el rato pendiente de no dejarlo en ningún sitio en el que pueda ser encontrado. Si alguien supiera lo que hago pensaría que estoy siendo paranoica o reservada a un nivel extremo. 

Cuando fuimos adoptados tenía casi doce años y Mario trece, el idioma no fue un gran problema, el frío sí. El primer año de nuestra adopción no fui al colegio, tenía una profesora particular que se encargaba de enseñarme todo lo básico para poder adaptarme al curso que me correspondía. Además, que iba una vez a la semana al psicólogo, la mayoría de las sesiones se trataban de mi experiencia en Turquía y como llevaba el cambio con mi familia. Mario sí que fue directo al colegio, aunque cuando volvía se unía a mis clases particulares. Los sábados y los domingos eran los mejores, los dos pasábamos esos dos días jugando y riéndonos, creo que eran los únicos días en los que podíamos ser nosotros. Nuestros padres no eran muy estrictos y pocas veces nos castigaban, pasaban la mayoría de las veces viajando por trabajo por lo que casi no los veíamos. Tampoco nos sentíamos abandonos en ningún aspecto, es verdad que a lo mejor pasaban mucho tiempo fuera, pero cuando estaban en casa aprovechaban para estar con nosotros en todo momento.

Cuando estuve preparada para ir al colegio me apuntaron al mismo que el de mi hermano, en las clases apenas notaba que me faltaba la compañía de mi hermano, en el recreo y en la hora de comer solía estar con él y con sus amigos. No me molestaba juntarme con ellos por ser más grandes, varias veces las chicas de mi clase me decían que como lo hacía para estar en ese grupo, obviamente estaba gracias a mi hermano, pero me había ganado un hueco por mi misma. Los viernes siempre se venían a nuestra casa y pasábamos toda la tarde haciendo tonterías hasta la hora de la cena. Con el paso del tiempo nuestro grupo empezó a ser más cerrado y exclusivo, me gustaba que los demás supieran que mi grupo era como una familia, aunque nos ganáramos el papel de los populares por una tontería. Logan, Wyatt, Alex, Mario, Daisy y yo éramos una familia, ninguno nos dábamos la espalda en los peores momentos y siempre estábamos juntos. Daisy empezó a ser mi mejor amiga cuando cumplí catorce y ella quince, las dos nos dimos cuenta de que necesitábamos nuestro mutuo apoyo al ser las únicas chicas. Logan era el más divertido y carismático, Wyatt el deportista, Alex el rompecorazones, Mario el tímido y reservado, Daisy la inteligente y yo pues era yo.

La adolescencia ya había llegado a nosotros cuando los chicos empezaron a proponer ir de fiesta con otros grupos, no había nada de especial en esas fiestas, mucha gente bailando con una copa en la mano y divirtiéndose hasta la última canción. Mario no puso ninguna pega en que yo fuera, sabía que iba a tener que pagar una consecuencia por ir, el alcohol ni lo saboreaba cada vez que íbamos. Es verdad que no se necesita ninguna gota para divertirse, pero en ese momento no pensaba así. Las cosas cambiaron en una noche, todos estábamos en una finca del amigo de Alex, la fiesta era enorme y había más gente que en una discoteca, todos iban vestidos muy formales, las chicas de largo y los chicos con esmoquin. Los seis pasamos la noche bailando entre nosotros, en ningún momento se me pasó por la cabeza separarme de ellos, Daisy necesitaba ir al baño por lo que la acompañé, mientras ella entraba la sujeté la copa. No me acuerdo muy bien si ella fue la que me animó a bebérmela o si fue mi propio impulso, las dos volvimos donde estaba nuestro grupo. Disimulé bastante bien ante Mario hasta que lo perdí de vista, bailé como nunca lo había hecho. Conseguí alguna que otra copa que me ayudó a soltarme más, demasiado, le declaré mis sentimientos a Alex de una forma muy patética. En ese momento pensaba que había marcado la sentencia final de nuestra amistad, no esperé que me agarrara la mano para llevarme a una zona más alejada para pasarnos el resto de la noche liándonos.

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