29 - Capítulo Veintinueve.

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El paisaje se mueve junto con la melodía ambigua que se escucha por todo el lugar. Las plantas no han cambiado, el aire se siente igual. El agua corre como siempre. La luz no desaparece en ningún momento. Como antes; como en aquel entonces.

Recuerdo la primera vez que la traje. Se quedó viendo todo a su alrededor con emoción y desprendía esa alegría que no veía en ella desde... aquello.

Estábamos en este lugar para terminar con lo que empecé, para que pudiera ser plenamente feliz y tener una vida normal.

Irónico, quería que fuera normal, pero nada de lo que le esperaba a mi lado lo era y aun así se quedó. A pesar de las advertencias, y de haber padecido en carne propia lo que implicaba relacionarse conmigo y aceptar el trato que le ofrecí. Me miró a los ojos después de recorrer el lugar con asombro y entusiasmo, diciendo que era lo más hermoso que había visto en su vida, pero...

—Lo es, porque lo veo junto a ti. — no puedo evitar repetir lo que dijiste aquella vez, Lía.

La verdad es que, en este momento, en el que vuelvo con ella en este estado, el paisaje es lo que menos me importa. Es por eso, que a pesar de que siempre le fascinó venir aquí, no dejo de contemplar su expresión serena.

La serenidad en su rostro me parte el alma. No es la calma habitual de su semblante, ni la sonrisa que siempre había en sus labios cuando estaba conmigo. Y por supuesto sé, que no puedo hacer que sus ojos me vean como solían hacerlo.

Y el hecho de tener audiencia me molesta. Aunque sea en mi corazón, ya no me es posible seguir hablando con ella incluso aquí. Mucho menos aquí.

—¡Dejen de mirarme así!

El tono de mi voz hace a mis espectadores saltar y tensarse, también que dejen de merodear alrededor y por fin se acerquen.

Señorita Allen.

Lo siento

Es terrible

No puedo creerlo

Lo siento

Señorita Emilia.

No, no, no, no, no, no, no, no, no, no.

Escucho los lamentos a nuestro alrededor mientras sigo caminando, sin aceptar la idea de dejarle en manos de aquellos que se ofrecieron a ayudar.

—El Ancla se ha roto.

Esta vez es mi turno de tensarme. A estas alturas ya es muy difícil controlar mis reacciones. Sin Lía ya no puedo hacerlo más. Por lo que con enojo volteo a ver al dueño de la voz. A pesar de intentar que la cordialidad y la calma sigan en mi expresión, por sus ojos puedo saber que es un completo fracaso.

Como todo lo que ha pasado últimamente.

—Hermano mayor. — saludo, sin intentar ocultar mi disgusto.

—¿Cómo terminó así?

Su tono autoritario y su mirada seria deberían ser capaces de hacerme bajar la cabeza. Pero él sabe perfectamente bien que no lo voy a hacer.

—He pecado de egoísmo.

No pide más detalles, y su rostro se vuelve severo. Pero es su intento por ocultar su dolor.

—Allen... por favor suéltala. —a pesar de la dureza en su voz y la amenaza en su postura de obligarme a hacerlo, le devuelvo una mirada desafiante.

—Ya lo hice. —le respondo con sarcasmo y la sonrisa más falsa de mi repertorio. —He cumplido con las leyes. Sostenerla es lo mínimo que me puede dejar hacer.

FideliumDonde viven las historias. Descúbrelo ahora