33 - Capítulo Treinta y Tres.

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Lenalee sentía que la oscuridad estaba por consumirla.

Sus piernas hormigueaban y su corazón no paraba de latir desesperado. Todo desde que había recibido la correspondencia más reciente.

Las cosas en la Orden estaban críticas.

La Orden Oscura era la única familia que conocía fuera de su hermano. Le llevó un tiempo, pero aceptar que ese lugar era su hogar, se volvió la motivación que necesitaba cuando las cosas se pusieron difíciles. Como cuando fue asignada a la misión más extraña que le habían dado.

Era la más extensa y; por decir algo, tranquila que había tenido hasta la fecha. Durante sus años como exorcista había visto cosas de lo más extrañas debido a la influencia de la Inocencia. Pero nunca había estado en una misión, en la que no tuviera que hacer nada más que esperar a que la correspondencia llegara para saber qué hacer en caso de emergencia. Eso sin tomar en cuenta que, al igual que sus compañeros, no tenía ni idea de lo que estaban custodiando.

No se quejaba exactamente; solo era inusual, así de sencillo.

En especial desde que Bookman se marchó, luego de discutir con Lavi en el límite de los trigales que rodeaban esa vieja mansión.

Lavi no había querido hablar con ella al respecto, aunque eso no le impidió acostarse con ella. Si era por distracción no lo culpaba, pues ella también solía buscarlo por lo mismo. Nunca hubo sentimientos innecesarios entre ellos. Y era por eso por lo que no le reclamó que no quisiera decirle lo que le tenía inquieto.

Hacía alrededor de tres semanas de eso y después de esa noche no la volvió a tocar. Se mantenía concentrado practicando con su Inocencia y fuera de ello casi no la volteaba a ver. Lenalee le daba su espacio para que no sintiera que estaba invadiendo su privacidad. Cuando estuviera listo -si llegaba a estarlo-, se lo diría y si podía lo ayudaría a aclarar su mente, ya sea con palabras o con su cuerpo. Realmente no le molestaba, ya que no sería muy diferente a las veces que ella hizo lo mismo con él.

Frente a los demás actuaban normales, pero eso no evitó que Miranda se diera cuenta de que no estaban en el mejor estado de ánimo que digamos. El tiempo fuera de la Orden y sin tener noticias de sus otros compañeros -o de una en específico-, le tenía preocupada.

Pese a eso...

La razón principal de su pesadumbre, era debido a que estaba en conflicto consigo misma desde hacía mucho tiempo por un motivo meramente egoísta; y era por la presencia de Emilia en la vida de Allen.

No se había sentido así por nadie más desde que tenía memoria.

Allen era el ideal de libertad que siempre buscó. Tan bella e indomable, que la hacía sentir atrapada por ese magnetismo tan típico de alguien que no necesita la aprobación de nadie. Era inevitable que sus pensamientos se desviaran hacia ella de forma constante. Incluso cuando estaba con Lavi; haciendo que la culpabilidad la embargara al despedirse. Así que fue mejor que llevaran un buen rato sin... involucrarse.

Deseaba a Allen y por mucho que le doliera, sabía que no había persona más adecuada para ella que Emilia.

La chica era la figura perfecta de amabilidad, calma y belleza hecha persona que alguien como Allen necesitaba para formar un solo ser. Encajaban a la perfección la una con la otra y no había nadie que pudiera decir lo contrario. O competir por el lugar en el corazón de la británica que ocupaba la francesa.

Dolía ver la forma tan tierna y llena de amor que tenía Allen de mirarla; la manera en la que la cuidaba y procuraba que nada le faltara. Pero, sobre todo, esa confianza y respeto que había entre ellas era tan entrañable, que demostraba que no había ser humano sobre la tierra que se pudiera interponer entre ellas.

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