40 - Capítulo Cuarenta.

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Cuenta la historia que, todo empezó mil años atrás. El rey había tenido a una hermosa hija llamada Sandra. Cuando cumplió los dieciséis años; su deslumbrante belleza era el principal tema de conversación a su alrededor. Muchos hombres de sitios lejanos como Grecia u Oriente, cruzaron mares y montañas esperando hacerla su mujer. Sin embargo, la princesa nunca accedió, a pesar de que se le ofrecieron grandes enlaces. Les decía a todos los hombres que se le aproximaban: "Me convertiré en la esposa del hombre más fuerte del mundo." Y de esa forma, para poder medir sus fuerzas, les decía que se enfrentasen a Victorio, el guerrero del rey. Victorio se enfrentó a ellos. Luchó contra los combatientes más poderosos del mundo y nunca fue derrotado. Esas peleas continuaron incluso después de que la princesa enfermase y falleciera. Y se dice que las peleas continúan incluso hoy en día.

—Suena como que el tipo debió haber muerto hace mucho tiempo. ¿Será su espíritu el que está peleando? —Daisya aventó el reporte a un lado del sillón en donde estaba sentado, se cruzó de brazos y piernas y recargó su cabeza contra la pared del vagón del tren en donde iba junto a Lenalee.

—La aparición de los Akumas se dio hace poco de mes y medio. Algunos de los buscadores que no estaban en Japón fueron a investigar, y se dice que hay un hombre extraño que destruye a los Akumas tan pronto como aparecen. —comentó la chica sin mucho interés. —¿Crees que Allen y Kanda estén bien?

—Seguro no han muerto. Ahora por qué no se han comunicado desde hace cuatro días, tal vez se deba a que a Allen no le dan ganas de comunicarse con la Orden...

—Porque ya no es la Allen a la que estábamos acostumbrados...

—Y tal vez estar cerca de Kanda mucho tiempo ha hecho que se le pegue su mal humor.

—No creo que se trate de eso. —suspiró Lenalee. Pero lo hizo tan bajo que parecía que en realidad no había dicho nada; sin embargo, su compañero fue capaz de escuchar lo que dijo, pero prefirió no decir nada porque no quería pensar en lo que estaba pasando la exorcista inglesa.

Habían pasado apenas dos semanas y media desde que todo en Japón había terminado, y los altos mandos habían tenido a Allen de arriba para abajo en por lo menos cuatro misiones, como si sólo quedara ella de exorcista. Y siempre iba acompañada por el agente Howard Link y por Kanda.

Fuera de eso, casi nadie se le había podido acercar realmente, puesto que, si no estaba en una misión, se desvanecía de los pasillos de la Orden y ni siquiera su vigilante lograba dar con ella.

Lo más preocupante era su estado constante de embriaguez, el cual era más notorio en sus ojos permanentemente enrojecidos y sus palabras un tanto arrastradas. Nadie sabía si tan siquiera se alimentaba como era debido, mas no se atrevían a preguntar ya que todos sentían que ya no la conocían en lo absoluto.

Y ahora, llevaban cuatro días sin comunicarse con el cuartel, luego de haber sido enviados a Roma a investigar ese caso del espadachín milenario.

—Solo espero que estén bien.

—Te preocupas más por Allen que por los otros dos, Lenalee.

—No es verdad, me preocupan todos por igual. —reclamó con un ligero puchero.

—A todo esto, pensé que Lavi sería quien te acompañaría.

Lenalee se felicitó a sí misma por no alterarse con lo dicho por Daisya.

—Tenía otros asuntos que atender junto a Bookman.

La china jamás le revelaría a su amigo que ella misma pidió el cambio a su hermano, sorteando las explicaciones que le pidió dándole la misma escusa que acababa de darle a Daisya. Lo cual, por suerte, se volvió cierto cuando su abuelo decidió llevarse al pelirrojo con él a realizar su trabajo como Bookman.

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