Vinimos diez a la Tierra.
Tenemos el mismo aspecto que ustedes. Hablamos igual que ustedes. Vivimos entre ustedes.
Pero no somos como ustedes.
Podemos hacer cosas que solo puedes imaginar. Tenemos poderes con los que solo pueden soñar. Somos más fue...
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Es sábado por la tarde. Le he dicho a Marcus que otro de mis Legados ha salido a flote. Se me hace algo raro que tenga tantos legados apareciendo, cuando según Marcus la mayoría de los Garde tienen como máximo cinco o seis por mucho. Yo tengo novis (permite cambiar su cuerpo, así como cualquier cosa o persona que estén tocando, fuera del espectro de luz visible. También conocida como invisibilidad), lumen, glacen (la capacidad de manipular, crear y controlar cualquier tipo de hielo también brinda a los usuarios la capacidad de irradiar frío), precognición (es el legado de ver acontecimiento pasados y futuros en sus sueños), anima (habilidad de hablar con los animales), percepción extrasensorial, sin contar con mejora (la fuerza física mejorada, velocidad, sentidos, reflejos, resistencia, durabilidad, agilidad, saltos, longevidad, resistencia) y la telequinesis que tiene todo Garde. Ni siquiera Marcus sabe a qué se debe todo esto, cree que soy una especie de superdotada o algo así, pero en la historia de Lorien no había pasado eso antes. Por seguridad, debido a mi nuevo legado, me he quedado en casa. Y fue una decisión correcta pues todo el día no he parado de hacer congelar las cosas por accidente. Nuevamente tengo que usar guantes por temor a congelar más cosas, además de tener que usar abrigo al igual que Marcus y Beagle pues irradio frio, literalmente. He tenido que practicar incansablemente para poder mantenerme en control. Son las emociones fuertes las que me hacen perderlo. Así que por ahora, intento mantenerme distraída.
- ¿Sabes? De todos los legados que pude haber heredado, creo que este es entre el mejor y más irritante -le digo a Beagle quien está echado en el suelo- ¿Ahora seré Elsa de Frozen de por vida? ¿Usare guantes aun cuando es verano? O peor aún. Si un día nos mudamos a la playa, sería vergonzoso usar guantes
«Solo es mientras aprendes», me anima Beagle, «Todo ira bien. Pronto dejarás de usarlos»
Eso espero. Resoplo y vuelvo a recortarme mirando al techo. Marcus ha sido por compras al pueblo. Pero antes de irse me ha dejado la pequeña bolsa de terciopelo con el sistema solar de Lorien. Con mi telequinesis muevo el apagador para apagar las luces y tomo la bolsa para sacar de ella las siete bolas de cristal de diversos tamaños. Las pongo sobre mis manos, observándolas detenidamente, luego soplo sobre las esferas. De su interior surgen unos minúsculos destellos. Después, las lanzo al aire y parecen cobrar vida de pronto, suspendidas encima mío. Las bolas de cristal son una réplica del sistema solar de Lorien. La mayor de ellas (el sol de Lorien) es del tamaño de una naranja y flota en el centro, emitiendo la misma cantidad de luz que una bombilla, aunque tiene el aspecto de una esfera de lava. Las demás bolas orbitan a su alrededor. Las que están más cerca del sol se mueven más rápido, mientras que las que están más lejos se mueven de forma imperceptible. Todas ellas giran sobre sí mismas, con sus días y sus noches sucediéndose a gran velocidad. La cuarta esfera, contando a partir del sol es Lorien. Observo sus movimientos, mientras su superficie empieza a formarse. Tiene el tamaño de una pelota de ráquetbol. La puerta de mi habitación se abre de pronto. Me levanto empuñando la daga en mi mesita de noche y con mi mano extendida, dispuesta a pelear.
