{CHAPTER FIFTEEN} And Here We Go

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||Y AQUÍ VAMOS||

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La puerta empieza a temblar. Es muy endeble, hecha simplemente con tallos de bambú sujetos con cordeles deshilachados. El temblor es leve, y cesa casi al momento. Ambos levantan la cabeza para escuchar: un muchacho de catorce años y un hombre de cincuenta, que todos toman por su padre pero que en realidad nació muy cerca de otra selva, en otro planeta, a cientos de años luz de distancia. Están desnudos de cintura para arriba, tumbados a ambos lados de la choza, con una mosquitera encima de cada catre. Oyen un crujido lejano, como de un animal rompiendo una rama, pero en este caso suena como si se hubiera roto el árbol entero.

- ¿Qué ha sido eso? -pregunta el muchacho

- Chist -responde el hombre

Oyen el chirriar de los insectos, nada más. El hombre acerca sus piernas al borde del catre cuando el temblor se reanuda. Un temblor más prolongado y firme, y después otro crujido, esta vez más cercano. Poniéndose en pie, el hombre camina despacio hacia la puerta. Silencio. Haciendo una profunda inspiración, acerca cautelosamente la mano al pestillo. El muchacho se incorpora.

- No -susurra el hombre, y en aquel instante el filo de una espada, largo y reluciente, de un brillante metal blanco que no existe en la Tierra, atraviesa la puerta y se hunde profundamente en el pecho del hombre, asomándose quince centímetros por su espalda para retirarse después con rapidez. El hombre gime. El muchacho emite un grito ahogado. El hombre respira una última vez y pronuncia una sola palabra- Corre

Acto seguido, el hombre cae inerte al suelo. El muchacho se aleja de un salto del catre y atraviesa la pared posterior. No se molesta en buscar la puerta o una ventana; se abre paso literalmente a través de la pared, que se rompe como si fuera de papel, aunque está hecha de resistente caoba africana. Irrumpe en la noche congoleña, salta sobre los árboles, corre a una velocidad cercana a los cien kilómetros por hora. Su visión y audición son superiores a las humanas. Esquiva árboles, rompe lianas enredadas, salva pequeños arroyos con un simple salto. Unos pasos firmes le siguen de cerca, acortando distancias por segundos. Sus perseguidores también tienen dones. Y llevan algo consigo. Algo de lo que el muchacho solo ha oído rumores, algo que nunca había creído que vería en la Tierra.

Los crujidos se acercan.

El muchacho oye un rugido bajo pero intenso. Sabe que lo que le persigue está ganando velocidad. Al frente ve un claro en la vegetación. Cuando llega, se encuentra frente a una enorme quebrada, de cien metros de ancho por cien metros de profundidad, con un río discurriendo al fondo. La orilla del río está cubierta de enormes peñascos. Peñascos que le destrozarían si cayera sobre ellos. Su única salida es atravesar la quebrada. Podrá hacer una corta carrerilla y un solo salto, una sola oportunidad de salvar la vida. Incluso para él, o para cualquiera de los demás que hay como él en la Tierra, es un salto casi imposible. Retroceder, bajar o intentar enfrentarse a ellos implica una muerte segura. No habrá una segunda oportunidad. Detrás de él surge un rugido ensordecedor. Ellos se encuentran a cinco, diez metros de distancia. El muchacho da cinco pasos atrás, empieza a correr... y, justo antes del borde, se despega del suelo y vuela sobre la quebrada. Pasa tres o cuatro segundos en el aire. Grita, con los brazos extendidos frente a él, esperando la salvación o el fin. Alcanza el otro lado y da tumbos en el suelo hasta detenerse al pie de una secuoya. Sonríe. No puede creerse que lo haya conseguido, que vaya a sobrevivir. Deseando no ser visto, y sabiendo que debe alejarse de ellos, se levanta. Tendrá que seguir corriendo. El muchacho se da la vuelta hacia la vegetación.

SOY EL NÚMERO DIEZ °Legados de Lorien x Teen Wolf°Donde viven las historias. Descúbrelo ahora