Capitulo 12.

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Bia.

—Les estoy diciendo qué no puede —gruñe el soldado Hernandez mientras me observa enojado.

—¿Cómo me está hablando? —Grito mientras me acerco a él.

—Usted tiene que entender que no puede ir a esta misión —susurra—. Está en recuperación.

Me acercó a él y sacó mi arma. —Te callas o te reviento la boca.

El me mira pálido mientras mi hermano mayor se acerca. —¿Que está pasando aquí? —cuestiona Eros acercándose.

—Nadie me da órdenes —gruñó—, y yo iré a la misión porque se me da la gana.

—Bia, es una orden —me responde mi hermano sujetándome de la muñeca.

—Sabes qué yo no recibo órdenes —contestó con un tono hostil.

Me separó de manera abrupta de mi hermano y avancé por el pasillo central. Al llegar a las habitaciones, decidí dirigirme a la ducha. Me quité la ropa rápidamente y me sumergí en un baño de agua fría, sintiendo cómo el líquido helado recorría mi piel. En ese instante, las emociones de rabia y frustración comenzaron a desvanecerse, reemplazadas por una sensación de alivio que solo el contacto del agua podía proporcionar.

Tras cinco minutos en la ducha, salí y me dirigí hacia la cama, donde se encontraba mi traje negro, perfectamente dispuesto y listo para usar. Me cambié con cuidado y me cepillé el cabello, asegurándome de estar presentable. Luego, abandoné la habitación en busca de mis soldados, quienes estaban sentados a la mesa disfrutando de su comida. Al notar mi presencia, sus rostros se torcieron en expresiones de sorpresa y desagrado, lo que me hizo reflexionar sobre la tensión que se respiraba en el ambiente.

—Vamos, niñatos—ordené.

Mis colegas se levantaron de inmediato y comenzaron a seguirme en silencio absoluto. Todos avanzamos juntos hacia la sala de entrenamiento.

—Quiero que se preparen —anuncié—, partiremos a las 19:00 horas.

—Mi Coronel, no puede acompañarnos —intervino David, frunciendo el ceño.

—No estoy pidiendo permiso, iré sí o sí.

—¿¡Dónde está!? —gritó el Ministro desde la entrada, captando mi atención.

Me levanté y me acerqué a él; mi padre, con una expresión impasible, me observó de arriba a abajo. En respuesta, simplemente sonreí, manteniendo la mirada.

—Aquí está la reina.

El Ministro me miró durante cinco segundos y cruzó los brazos sobre el pecho. —Irás.

Vi a mi padre alejarse de nuestra vista y, al instante, miré a mis compañeros de equipo con una gran sonrisa, siempre lograba lo que quería.

—¿Me extrañaron? —pregunté, escuchando voces detrás de mí.

La voz que escuché pertenecía a Cooper, mi mejor amigo. Aceleré el paso y corrí hacia él, abrazándolo con fuerza. Era una de las pocas personas a las que realmente mostraba afecto. A pesar de que David a menudo se ponía celoso, era consciente de que la conexión que tenía con Topas era mucho más profunda y significativa. Este vínculo no solo se basaba en la amistad, sino en una comprensión mutua que había crecido a lo largo de los años.

Cooper y yo compartimos una historia que se remonta a nuestra infancia, cuando teníamos apenas diez años. A lo largo de los años, hemos enfrentado numerosas adversidades juntos, y si hay alguien que ha estado a mi lado en mis momentos más oscuros, ese es él. Durante el tiempo en que fui secuestrada, Cooper fue mi apoyo incondicional, siempre presente en cada episodio difícil, animándome a seguir con mis terapias y nunca dejándome sola. Mi vida no tendría sentido sin su presencia, y no puedo imaginar un futuro en el que él no esté a mi lado.

La coronel y el capo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora