Martín Landino.
El eco de mis pasos era el único sonido que se escuchaba en el sótano, un lugar sombrío donde la atmósfera se tornaba densa y opresiva. Cada pisada resonaba con claridad, casi como un latido, y se entrelazan con los susurros casi inaudibles de la persona que yacía dormida, atada a una silla en el centro del espacio. La penumbra envolvía la escena, creando un ambiente de inquietud que se intensificaba con cada instante que pasaba.
La mujer que tenía frente a mí era notablemente joven, y su apariencia reflejaba el sufrimiento que había experimentado. Sus ropas, desgastadas y rasgadas en varios lugares, dejaban al descubierto moretones que comenzaban a formarse sobre su piel pálida. Era evidente que había sido víctima de un secuestro que, para mí, había resultado ser un proceso sorprendentemente sencillo. La falta de precauciones de su parte, al no contar con seguridad, la había convertido en un blanco fácil, lo que me llevó a reflexionar sobre su imprudencia.
Mientras la observaba, una sonrisa se dibujó en mi rostro, pues la situación había superado mis expectativas. La venganza que había planeado se tornaba cada vez más dulce, y la idea de que ella pagaría por lo que su familia me había hecho se hacía más real. Acaricié su cabello con un gesto casi tierno, disfrutando del poder que tenía sobre ella en ese momento. La vida, en su cruel ironía, me había brindado la oportunidad de equilibrar las cuentas, y estaba decidido a hacerlo de la manera más impactante posible.
—Levántate, maldita —gruñó, tirando de su cabello.
Ella se incorpora de golpe y me observa con terror. —¿Quién eres? —pregunta, su voz temblando de miedo.
—Tu peor pesadilla —respondo, fijando mi mirada en sus ojos—. Conoceme Cleo Wilson Jones, yo soy Martin Landino —comienzo a golpearla—. Señor de la mafia española y hermano del hombre que tu hermana, esa traidora, asesinó.
—¿Qué deseas? —pregunta, aterrorizada.
—Venganza.
—No es mi culpa... —solloza.
—Pero si de Bia.
—Por favor, no soy Bia —llora—. Acabo de dar a luz, por favor.
—Qué pena, ahora la niña crecerá sin compañía —bromeó, paseando en círculos.
—Por favor —imploró, entre lágrimas—. Te lo ruego, perdóname la vida.
La miró con asombro y una sonrisa melancólica apareció en su rostro.
—Lo que más amé, tu hermana me lo quitó.
—Señor, por favor —solloza—. No es mi culpa.
Hago una señal a mi hombre para que se detenga, y él comienza a golpearla durante unos minutos. Al verla en un estado lamentable, levanto mi mano derecha para que cesen los golpes.
—Basta —ordeno—. Ahora empieza la diversión.
—Por favor, le suplico.
—Voy a grabar.
—Sí, señor —responde Francisco, mirándome intensamente.
—Tía, esto no debería terminar así, pero es un verdadero caos —digo sonriendo mientras la muestro a la cámara—, conoces a esta chica, así que despídete, porque será la última vez que la veas con vida.
—¡Bia, ayúdame! —grita con desesperación—. ¡Ayúdame!
Le entregué el teléfono a mi hombre de confianza y me acerqué hacia ella, mientras tomaba una bolsa y la veía gritar, llorar y patalear.
Pobre, me causa pena.
—¡Por favor, tengo una bebé! —exclama—. Tenga compasión.
—La estoy teniendo, no te torturaré, solo porque me da pena —le respondió—. ¿Tienes algo que decir antes de morir?
Ella asiente.
Oh, eso no lo esperaba. Interesante.
—Bia, cuida de mi bebé, adopta a Luz y protégela, prométemelo, cuida a mi niña —solloza—. Los amo, cuídense mucho. Eros, cuida de nuestras chicas, y por cierto Bia, sabía que en esta vida no podía estar sin mí Cooper, ahora mamá y papá la cuidarán juntos desde el cielo.
Colocó la bolsa sobre su cabeza y, mientras ella luchaba por respirar, sonrió. Ella movía las manos intentando liberarse, pero poco a poco su mano fue cayendo y volví a mirar a la cámara.
Fue una muerte lenta, pero merecida.
—Hermano por hermana —dije al finalizar el video.
—¿Qué haremos con el cuerpo, señor? —preguntó uno de mis hombres.
—Primero, pásame un cuchillo; debo dejar mi firma —bromeé entre risas.
Me entregaron un cuchillo y me acerqué al cuerpo inerte de Cleo Wilson Jones, la coloqué de espaldas y, con el cuchillo, escribí en su piel: una menos.
—Lancen el cuerpo cerca de la unidad del FMM.
—Como usted ordene, señor —responden al unísono.
—Ahora envíen el video a la Coronel, o mejor aún, a todo el FMM.
—Sí, mi señor.
—Esto será un acontecimiento de relevancia mundial, estoy entusiasmado.
—Señor, Vladimir tiene sospechas sobre Antonella —informa Gabriel, mi mano derecha.
—Ese tipo, como siempre, tan astuto.
—Señor, lo más prudente es que no se reúna con Antonella por el momento —sugiere.
—Tienes razón, envía a la italiana a su hogar.
Me dirijo a mi habitación y encuentro un paquete de DCCAA. Este invento ruso-italiano me está proporcionando buenos ingresos, pero Vladimir Volkova se niega a negociar con la mafia española, aún resentido por eventos pasados.
—¡Traigan dos mujeres ahora! —ordeno—. Su jefe necesita celebrar.
—Sí, señor.
Me recuesto en la amplia cama y observó cómo entran dos bellas mujeres. Ambas son físicamente distintas, lo que me resulta excitante.
—¿Señor, dónde me quiere? —pregunta la rubia.
—Acércate y chúpalo.
—¿Y yo, jefe? —interroga la asiática.
—Baila y tócate para mí.
Ambas obedecen y sonrío, mis pensamientos se centran en una persona en particular: Bia Wilson Jones. Acabo de quitarle la vida a su hermana menor y espero con ansias cada uno de sus movimientos. Ella vendrá a mí, y sus emociones descontroladas la llevarán a su propia perdición, lo que aprovecharé a mi favor.
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La coronel y el capo.
RandomMi nombre es Bia Wilson y yo no perdonó, ciertas situaciones involucradas con mi trabajo en el FBI me llevan a conocerlo, al Capo de la mafia rusa italiana, al hombre que roba mi corazón. Vladimir Volkova, lo cual me lleva a tomar la decisión de dej...