Capitulo 29.

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Bia.

Después de fracasar en la misión en España decimos regresar a Estados Unidos, hirviendo de ira regreso, odiaba por fracasar, pero no podría en peligro a nadie más, ya había pasado suficiente, ya habíamos tenidos suficientes muertes.

Los pensamientos me atormentaban, sabía que el cabrón de Martín Lambino ya no estaría en España, así que cuando llegamos a la unidad me dispongo a darme una ducha y ir directamente a donde mi madre que me curará todas las heridas provocadas.

—Mamá —saludó al entrar en su consultorio.

—Cariño, ven te ayudo —comentó sonriendo.

Mi madre, Abigail Jones es una mujer hermosa, con un corazón de oro y unos sentimientos dulces. Siempre transmitía paz y bondad, era tan buena que nadie entiende cómo puede estar con una bestia como mi padre.

Ignoro los pensamientos observándola terminar de quitarme la bala y vendarme el pie, estaba tan concentrada en su trabajo, era una profesional, estaba por agradecerle y darle un abrazo. Sin embargo, soy interrumpida por el televisor de la habitación el cual se enciende de la nada y comienza a montar una pantalla borrosa. Fruncí el ceño por el malentendido y me levanté caminando hacia la puerta y observando todos los televisores de la central con la misma imagen.

Estaba por protestar, no obstante, la pantalla muestra una imagen de mi hermana menor. Cleo, y mi corazón comienza a romperse en mil pedazos.

—¡Mi niña! —Grita Mamá—. ¿Que hace mi hija allí?, ¡debería estar en casa!

De pronto, todo pasa tan rápido, como ella es golpeada, aparece Martín, ella da sus últimas palabras y luego la asfixia.

Lágrimas silenciosas se escurrían por mis mejillas, buscando apaciguar las imágenes que mi mente no dejaba de proyectar para torturarme.

Un grito desgarrador procedente de la garganta de mi madre, mi pulso se disparó e inmediatamente abrazó a mi madre.

¿Por qué me quitaban a todos los que amaba?

No podía dar respuesta a esa pregunta, lo único que sabía era que su muerte me dolía a un nivel enorme. Mi corazón acallaba a mí cerebro, mi mente no pensaba con claridad y las lágrimas no dejaban de bajar mis mejillas, ella se fue con Cooper.

—¡Coronel, tiene que ver! —Grita, David.

El se queda de pie con la cabeza agachada y lágrimas bajando por sus ojos. Escuchó fuertes pasos algo torpes venir a nuestra dirección.

Era mi hermano, mi hermano hizo todo lo posible por serenarse. Aun así, le costó, demasiadas lágrimas acumuladas. Cuando consiguió tener un ritmo de respiración aceptable, se nos acercó.

—¡Mamá! —exclama Eros—. Cle-Cleo, la mataron.

Mi hermano mayor golpea la puerta y luego sale de ella hecho furia, mi madre y yo nos quedamos un segundo de pie paralizadas. Sin embargo, nos levantamos y seguimos a mi hermano hasta donde el Ministro, él debía tener información sobre lo que acababa de suceder.

Cuando observo al Ministro, lo veo rígido y gira lentamente mirándono. No hay lágrimas, ni tristeza reflejada en su mirada, no hay ningún sentimiento de lastimado. Nada.

—Acabaron de encontrar su cuerpo a tres cuadras —informa, acomodando su corbata.

Un sonoro bofetón impacta en mi rostro, acababa de golpearme tan fuerte que me hace girar el rostro y quedó completamente estática.

—Todo esto es tu culpa —verbalizo apuntando—, llevaste al ataúd a tu hermana.

—Basta Randall, no es su culpa —Sollozó mi madre.

La coronel y el capo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora