Vladimir.
Tras aproximadamente veinte minutos de caminata, alcanzamos una cabaña situada en un lugar apartado de la comunidad. Golpeé la puerta en varias ocasiones, mientras contemplaba a Bia, que se había quedado dormida sobre mi hombro. Al abrirse la puerta, me encontré con un hombre de edad avanzada que me miraba con una expresión de desagrado.
—¿Quiénes son ustedes?—preguntó con curiosidad.
—Le solicito amablemente que se largue y nos permita descansar —dije, apuntándole con mi arma—. Regrese mañana después del mediodía, estaremos ausentes.
—¿Cómo se atreve?
—¿Se va a ir o debo disparar? —pregunté.
El hombre se aleja murmurando palabras de descontento, mientras yo ingreso a la cabaña y colocó a Bia suavemente sobre el sofá, buscando unas sábanas para cubrirla. Después de darme una rápida ducha, regresó a su lado, encontrándola en un profundo sueño. No puedo evitar admirar su belleza; es realmente deslumbrante. Sin embargo, una sensación de culpa me invade, ya que reconozco que estoy actuando de manera egoísta. En el fondo de mi ser, siento que debo hacer algo para reparar la situación.
Con determinación, me acerco a ella y la sacudió suavemente, provocando que despierte de repente. Su mirada refleja preocupación, y rápidamente se da cuenta de nuestro entorno. La atmósfera en la cabaña es tranquila, pero la tensión en mi corazón es palpable. Quiero explicarle lo que siento y cómo deseo enmendar mis errores, pero las palabras se me escapan. La conexión entre nosotros es intensa, y en este momento, todo lo que deseo es que comprenda mis intenciones y el deseo de restaurar la paz entre nosotros.
—¿Dónde estamos? —inquirió.
—En una cabaña, no te preocupes por eso ahora —susurró—. Tengo algo que decirte.
—Está bien —respondió en un susurro—, ¿qué ocurre?
—Te hablaré de mí, creo que no sabes mucho —confieso, captando su atención—. He experimentado grandes victorias y derrotas en mi vida, lo que me ha convertido en un hombre enigmático y sin remordimientos. No temo a nada, especialmente cuando tengo tanto poder a mi disposición.
—¿A qué te refieres, Vladimir?
—Soy un demonio en carne y hueso —afirmó, mirándola a los ojos—. No has conocido a mis demonios, no quiero hacerte daño y si decides quedarte conmigo, podrías salir lastimada, y tus seres queridos también podrían verse involucrados.
—No comprendo lo que intentas decir —protesté—. ¿No es demasiado tarde para esto?
Le retiró un mechón de cabello de la cara y le doy un suave beso en la mejilla. —Te he mentido en algo.
—¿En qué me mentiste? —exclamó.
—Desde el día en que te presenté como mi reina, te convertiste en mi esposa legalmente.
—¿Qué dices? ¡No he firmado nada! —respondió, visiblemente alterada.
—Soy capaz de hacer lo imposible, por algo me llamo Vladimir Volkova Dasgatti.
Ella se levantó, mirándolo con desdén mientras caminaba de un lado a otro.
—Me engañaste, dijiste que después me pedirías que fuera tu esposa.
—Lo siento —susurro—. Sí, pero eso no era lo que iba a decirte.
Ella lo miró, esperando una aclaración.
—No haré un juramento que no pueda cumplir —dijo, sosteniendo su mirada—. Pero cuando muchas personas hacen promesas vacías, las palabras pierden su valor y solo quedan mentiras cada vez más elaboradas.
—Por favor, dime qué está pasando —susurró.
—He cometido numerosos errores en mi vida, pero este no serás uno de ellos. Puedes regresar a lo que amas —susurré—, no seré egoísta y no te quitaré lo que has construido con tanto esfuerzo a lo largo de los años, así que vete antes de que me arrepienta.
No permitiré que me percibas como débil, no lo permitiré.
—Pero estamos casados.
—Te amo y por eso te dejaré ir.
Ella me abraza con fuerza.
—Eres un buen hombre —dijo con alegría—. Yo también te amo, pero debo proteger a mi familia.
—Lo sé, ahora vete.
Ella me mira y levanta las cejas; somos tan orgullosos que ninguno de los dos se atreve a ceder, es una situación imposible de cambiar. Escucho la puerta cerrarse tras ella y maldigo, llevando mi mano derecha a mi corazón.
Si deseas algo, déjalo ir.
***
Tiempo después:
Pasado un tiempo, ella se marchó y decidí dejarla ir. La decisión fue difícil, pero sentí que era lo correcto. Desde entonces, no he tenido noticias de su vida. En algunas ocasiones, Sasha se dedicaba a investigar sobre su paradero, buscando información que me permitiera saber cómo se encontraba, pero nunca cruzó la línea que separaba nuestras vidas. Era un acuerdo tácito que ambos entendíamos, y aunque había un deseo de saber más, preferimos mantener la distancia.
Esta separación, aunque dolorosa, resultó ser lo más adecuado para ambos. En lugar de aferrarme a lo que había sido, opté por enfocarme en mi entorno inmediato. Mientras observaba a mi alrededor, intentaba concentrarme en el presente. Estaba entrenando a mis hombres, un proceso que no solo mejoraba sus tácticas, sino que también fortalecía su habilidad con las armas. Mi objetivo era claro: si trabajaban a mi lado, debían convertirse en los mejores, ya que su desempeño era crucial para la defensa de mi familia.
La idea de tener a personas ineficaces a mi lado era inaceptable. Cada uno de ellos tenía la responsabilidad de proteger a los que más amaba, y eso exigía un compromiso total. Durante las sesiones de entrenamiento, me aseguraba de que cada uno de ellos comprendiera la importancia de su papel. La disciplina y la dedicación eran esenciales, y sabía que, al final, el esfuerzo que ponían en su formación se traduciría en la seguridad de mi hogar. La lección más importante que quería transmitirles era que la preparación y la unidad eran la clave para enfrentar cualquier adversidad que pudiera surgir.
Sasha llega a mi lado, hace una leve reverencia y me entrega un portafolio.
—Capo —menciona Sasha—. El español ha abandonado Rusia tras unos días de estancia.
—¿Qué hacía ese infeliz aquí?
No entiendo cómo pudo irse tan rápido; tuve la oportunidad de capturarlo y estaba en mi territorio, y recién me enteré de esto.
—Su llegada fue muy bien coordinada.
—El enemigo llegó a mi jodido territorio y estuvo dándose unas vacaciones sin mi conocimiento.
—Capo.
—¿Por qué no me informaron antes? —preguntó, visiblemente irritado.
—Recién se dejó ver hoy, mi señor —balbucea—. Martín Landino está tramando algo.
—Cualquiera que sea su plan, no permitan que se acerque a la DCCAA —ordené, dirigiéndome a los hombres que me rodeaban—. ¡Queda claro!
—Si, Capo.
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La coronel y el capo.
RandomMi nombre es Bia Wilson y yo no perdonó, ciertas situaciones involucradas con mi trabajo en el FBI me llevan a conocerlo, al Capo de la mafia rusa italiana, al hombre que roba mi corazón. Vladimir Volkova, lo cual me lleva a tomar la decisión de dej...