Capitulo 33.

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Vladimir Volkova.

Hoy se presentaba como un día crucial para Randall Wilson, quien finalmente descubriría la verdadera identidad del líder de la mafia ruso-italiana. La situación no se podía resolver de manera pacífica; era imperativo que demostrara su poder y autoridad en este mundo del crimen. Se dirigía hacia el FMM con una determinación inquebrantable, sin un atisbo de temor al cruzar las fronteras de lo que consideraba territorio enemigo.

Como un verdadero Capo, la opinión de los demás me era irrelevante. Ajuste mi corbata con confianza al llegar a la entrada de la reconocida agencia. Los guardias, visiblemente sorprendidos, me miraron con incredulidad. Sin intercambiar palabras, se hicieron a un lado, bajando la mirada en señal de respeto, permitiéndome avanzar por los amplios y elegantes pasillos de un gris impoluto.

A medida que adentraba en el edificio, sentía el peso de las miradas sobre mi; algunos me observaban con curiosidad, mientras que otros se apresuraban a desviar la vista, claramente intimidados. En ese momento, mis ojos se encontraron con los de Bia, quien me miraba con una mezcla de asombro y preocupación, negando con la cabeza en un gesto de advertencia. Sin embargo, continúe mi camino, dirigiendo mi atención hacia una oficina en particular: la del ministro Randall Wilson.

Observó con atención al respetado, temido e implacable ministro Wilson. Se encuentra en su escritorio, dirigiéndome una mirada llena de furia, con todo su cuerpo en tensión y la mandíbula apretada. Me acerqué a su oficina mientras él continuaba observándome con una expresión hostil.

—¿Qué tenemos aquí? —murmuró mientras cruzaba los brazos.

Le devuelvo la sonrisa y me acerco a una silla, sentándome y manteniendo la mirada fija en él.

—Qué alegría verte, suegrito.

Él chasquea la lengua, mirándome con evidente desagrado, mientras oculta una mano fuera de mi vista, lo que me hace sonreír internamente.

—Evita los rodeos —gruñe—. Conoce tu lugar, estás en territorio enemigo.

Me acomodo en la silla y sonrío, observándolo quitarse los guantes negros y mirarme con despreocupación.

—Te equivocas, siempre salgo victorioso —respondo con una sonrisa.

—Tu inteligencia llega demasiado tarde —dice mientras saca un arma y me apunta—. Supongamos que te doy un tiro en la cabeza.

—Si alguien sale de este lugar y no soy yo —le informo con una sonrisa—. Activaran la granada.

—Sabes, no te creo en absoluto —responde.

—Deja de actuar como un niño, este mundo es para hombres.

—Vladimir, solo pídeme piedad y perdón.

—¿Acaso el diablo le pidió eso a Dios? —le pregunto.

—Eres un maldito hijo de puta, pero te mataré —afirma con hostilidad.

—Si eres leal conmigo, yo lo seré contigo; si me fallas, no te conozco. Yo perdono todo menos la traición —comentó—. El verdadero hijo de puta aquí eres tú, y lo que hiciste a mi familia y a mi esposa lo pagarás muy caro.

—¡Lárgate, infeliz ruso! —Grita.

—Adiós, suegrito.

Al abandonar el lugar, una expresión de satisfacción ilumina mi rostro mientras me dirijo por los pasillos. Las miradas de sorpresa de quienes me rodean son evidentes, y en medio de ese ambiente, localizó a Bia. Con los brazos cruzados, ella me observa, así que decido acercarme con rapidez y le doy un beso robado, lo que provoca que un murmullo se extienda a nuestro alrededor, llenando el aire de curiosidad y murmullos.

La coronel y el capo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora