Capitulo 32.

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Bia Wilson.

Él me atrae hacia su pecho, y la calidez de su abrazo, tan familiar, provoca que mis defensas se derrumben de manera inesperada. Su mano se posa delicadamente sobre mi garganta, y la yema de su pulgar comienza a acariciar de forma lenta y envolvente el pulso que late en mi piel, mientras su mirada se centra en mis labios. Con ambas manos, envuelvo su cintura y escondo mi rostro en la suavidad de su camisa, mientras él acaricia mis mejillas con sus pulgares, limpiando las lágrimas que han brotado de mis ojos.

La tranquilidad que me brinda es inigualable. A pesar de ser el hombre más atento que he conocido, su presencia me llena de una paz profunda. Todo parece estar en su lugar, como si cada detalle hubiera sido meticulosamente planeado. A medida que el ritmo de su abrazo se vuelve más suave y cuidadoso, siento cómo mi cuerpo se relaja y mis emociones se desenredan, permitiendo que una oleada de lágrimas surja, no de tristeza, sino de una felicidad abrumadora y una liberación total de sensaciones que me llenan por completo.

En ese momento, la conexión entre nosotros se siente intensa y pura. Las lágrimas que fluyen por mi rostro son un reflejo de la alegría y la satisfacción que me provoca su cercanía. Es como si cada caricia y cada susurro me recordaran que estoy en un lugar seguro, donde puedo ser vulnerable sin miedo. La mezcla de placer y felicidad que experimento es abrumadora, y en su abrazo encuentro no solo consuelo, sino también una profunda conexión emocional que me completa de maneras que nunca imaginé.

—Esas lágrimas —comenta Vlad, captando mi atención—. ¿Son buenas o malas, ricura?

—Buenas —respondí, mientras él limpiaba mis mejillas mojadas con su mano—. ¿También fue positivo para ti?

—Dios, ni siquiera "bueno" describe esto —dice con ternura—. Nos hemos vengado, ellos ahora están en paz.

Luego, él seca mis lágrimas con sus labios, mis ojos brillan mientras acaricia mi nariz y mi boca. Simplemente me dejo llevar por el momento, recordando lo que compartimos juntos.

—Bia —pronuncia con voz grave, buscando en mi mirada alguna respuesta, extiende su mano, pero tras pensarlo, decide retirarla—. Soy Vladimir Volkova, tu hombre, tu Capo, tu esposo.

Siento su piel y su calidez se adentra en mí, el pulso de su corazón late contra mi palma. Su ritmo es tan acelerado como el mío, mientras las lágrimas fluyen por mis mejillas.

Son lágrimas de felicidad.

De sentirme protegida, de no estar sola, mientras el amor que le tengo me envuelve por completo.

—Vlad —sollozó.

—Lamento mucho todo esto.

—No es tu responsabilidad, Vlad —respondí, su mirada reflejaba culpa, tristeza y enojo. Él negó con la cabeza.

—Sí lo es, si no me hubiera distanciado —susurró—, tal vez esto no te habría sucedido y ellos seguirían vivos.

—Escucha —tomé su rostro entre mis manos—. Sabes que no es tu culpa, las cosas suceden por una razón, ¿me entiendes?

—Ricura.

—Lo importante es que hemos hecho justicia —susurré—. ¿De acuerdo?

—Sí, ricura, te amo mucho.

—Yo también te amo —respondo con una sonrisa—. ¿Puedo hacerte una pregunta?

—Ya la estás formulando, querida.

—¿Cómo llegaste a involucrarte en el mundo de la mafia? —pregunto.

—Es una cuestión de familia, aunque no deseara ser parte de esto, es parte de mi herencia —responde—. Mi padre la recibió de mi abuelo, y a mi hermano Igor le correspondía, pero tras su supuesta muerte, fui yo quien heredó el liderazgo de la mafia.

La coronel y el capo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora