Capitulo 35.

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Bia Wilson.

—No puedes participar en esa misión —exigió el Ministro.

—Observe cómo lo haré.

—Tú estás al mando —respondió, resignado—. Pero no me desafíes.

—Bia, no debes ir —me advirtió Valentina, mirándome fijamente.

—Te quiero —le di un beso en la frente y recogí mis pertenencias—, cuídala —le pedí, refiriéndome a Luz, y ella asintió.

Al salir por la puerta, escuché las voces de los chicos y la de mi padre llamándome. Sin perder tiempo, corrí hacia mi auto y arranqué a toda velocidad. Mis compañeros se encontraban en las afueras de la ciudad, así que tras media hora de conducción, decidí detenerme y ocultar el vehículo detrás de unos árboles. Caminé durante unos minutos hasta llegar a dos edificios abandonados que se encontraban uno frente al otro. Me escondí y observé el área con atención durante un tiempo, hasta que finalmente logré localizar a mis soldados.

Me camuflé lo mejor posible con la estructura del edificio y me preparé para actuar. Mis primeros objetivos eran los cinco hombres que habían quedado fuera. Con mi arma silenciadora, disparé con precisión, eliminándolos a todos sin que se dieran cuenta. Quería asegurarme de que la misión se llevará a cabo de la mejor manera posible, ya que la vida de mi equipo dependía de ello. Continué avanzando y, de repente, vi a uno de ellos sacar su arma. Sin dudar, disparé, y luego me dirigí hacia los otros. Sabía que si un solo disparo se escuchaba, todos se alertaron y descubrieron a los caídos.

A medida que avanzaba, finalmente me encontré con mis soldados, y mi corazón se detuvo al ver que algunos de ellos estaban heridos. La preocupación me invadió, ya que la situación era crítica. Era fundamental actuar con rapidez y eficacia para atender a los heridos y asegurar la seguridad del grupo. La misión no solo dependía de mi habilidad para eliminar amenazas, sino también de mi capacidad para liderar y proteger a mi equipo en un momento tan delicado.

—¡Soldados! —grité mientras me acercaba a ellos—. ¿Pueden moverse?

—Puedo, pero no mucho —respondió Mia con un susurro, interrumpido por una tos.

—Yo también estoy en la misma situación —añadió Julieth.

—Pambelé y Eros, necesito que salgamos del edificio y me ayuden con las chicas —dije, y ellos asintieron, esforzándose por levantarse.

Pambelé tomó a su esposa en brazos y comenzó a avanzar con dificultad, mientras Eros hacía lo mismo con su novia. Yo, por mi parte, cargué a un civil y salí lo más rápido que pude. Logré meterlos en la camioneta, y luego regresé para ayudar a Mia, ya que Pambelé parecía estar en peores condiciones. Al volante de la camioneta, noté que todos se miraban con un aire de tranquilidad, pues estábamos cerca del FMM, y fue entonces cuando Mia rompió el silencio.

—¿Cómo pudo suceder esto? —preguntó, visiblemente molesta.

—Nos pidieron que no le informáramos, por su bienestar, mi Coronel —respondió Mia.

—Hermana, era lo mejor que podíamos hacer —intervino Eros.

Golpeé el volante con frustración y los miré con desdén.

—¿Lo mejor? —masculle—, los tenían cautivos, me ausento un año y ustedes siguen en la misma situación crítica —exclamé—. Lo esencial es que están a salvo.

—Nos alegra verte de vuelta —comentó Pambelé.

Sonrío y dirijo mi mirada hacia el frente.

—Igualmente —respondí.

De repente, se oyen disparos provenientes del exterior del vehículo y, por instinto, sacó un arma por la ventana y abro fuego.

—Hagan lo mismo.

Eros también saca su arma por la ventana y dispara; le paso una granada que lanza con fuerza, la explosión retumbó, estamos cerca de la base y somos conscientes de que habrá soldados protegiéndonos; si cruzan el límite, serán hombres muertos. Bajamos del auto y salgo corriendo con dos armas, apuntando a los vehículos, específicamente a los conductores.

—Coronel, nosotros nos ocupamos del resto —informa el soldado Thomas.

Asiento y me dirijo hacia la central, donde encuentro a mi padre visiblemente enfadado.

—¡Te di una orden! —grita.

—Los rescates no sirven de nada.

—Eres tan obstinada, acabarás mal.

—¡No le tengo miedo a la Muerte! —exclamó con fuerza.

—Soy tu superior, inepta.

—Ocupas el cargo de ministro en esta organización, pero nunca me someteré a ti.

—Eres una verdadera molestia.

—Evita las introducciones innecesarias.

—¡Bia!  

—Randall, si no me das el divorcio, te llevaré a juicio —anunció mamá al salir del lugar.

¿Divorcio de qué? ¿Qué me he perdido?

—Eres mi esposa y para que dejes de serlo, tendrás que estar muerta —gritó el ministro, derramando su copa en el proceso.

Me acerqué a él y le propiné una fuerte cachetada.

—Nunca vuelvas a insinuar que le harías daño a mamá —grité—. No lo repitas.

—Eres una maldita consentida —respondió él—. La perra de tu madre es una puta, igual que tú.

Saqué mi navaja y le hice un corte en la mejilla, cerca del labio. —Ni mi madre, ni yo somos unas despreciables.

Salí del lugar persiguiendo a mi madre, que se alejaba llorando.

—L-lo siento, cariño —susurró—. No lo amo, hace muchos años que el hombre que amaba murió.

—Tranquila mamá, hace mucho también murió mi padre para mi —digo dándole un abrazo.

—Lamento haber elegido al peor padre para ustedes.

—A veces, nuestras decisiones generan un caos en nuestras vidas, pero lo esencial es no quedarnos estancados y seguir adelante.

—Mi mayor error fue priorizar su amor sobre mi amor propio —dijo, con lágrimas surcando su rostro—. Nunca ames a alguien más que a ti misma, eso te llevará a la destrucción.

—No es tu culpa, solo eras una adolescente que se enamoró del hombre equivocado, pero si no hubieras pasado por eso, nosotros no estaríamos aquí.

—Ustedes son lo único positivo que surgió de esa relación.

—Lo sé, mamá.

—Sigamos adelante en esta lucha interminable, con la esperanza de que mañana sea mejor que hoy.

La coronel y el capo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora