Capítulo 8. La fortuna de Tomás Ledesma

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−¡Hola! −dijo Sebas entrando al bar −les traigo una buena nueva y eso merece una copita.

−Son las diez de la mañana, Sebas −protestó Pelayo.

−Es solo para calentar la garganta, hombre −respondió. 

−Aquí está, pero desembucha rápido −le dijo el hombre mayor poniendo la copa en la barra y chasqueando los dedos. Marcelino que salió de la cocina apenas escuchó la voz de Sebas, permaneció atento.

−Le he vendido, bueno, mi amigo de la constructora le ha vendido a Tomás, dos pisos en el edificio que van a construir.

−¿En serio? –preguntó Marcelino asombrado. 

−Sí, ese hombre tiene dinero, me ha entregado el cheque sin siquiera pestañear. Así que, hemos salido de este apuro y Tomás no sospechará que yo tengo algo que ver con ustedes, ni que soy amigo de Devoción y sus hijos.

−Gracias Sebas, mi Manolita se pondrá feliz de saber que todo ha salido bien −dijo Marcelino.

−Claro y yo me he ganao ahí una comisioncilla, así que he venido a invitaros a mi casa de verano, así descansáis un poco. Los gastos corren por mi cuenta.

−¡Vaya hombre, qué generoso!−exclamó Pelayo.

−Te agradecemos Sebas, no sabes cuánto −dijo Marcelino.

−Nada hombre, ustedes son mi familia también y Devoción es una buena mujer, en lo que yo pueda ayudaros, con gusto lo haré. Ahora, me voy porque he dejado la marisquería a cargo del mentecato de Juan y no sé qué estropicios sea capaz de hacer −dijo terminándose el trago de un sorbo.

−Corre hombre, corre, que esta mañana me ha vendido unos mariscos y unas ostras a mitad de precio− el hombre regordete abrió los ojos como platos, se puso su abrigo, luego su sombrero y salió del bar como alma que lleva el diablo.

Marcelino se echó a reír con ganas.

−Padre, te has pasado un poco ¿eh? pobre de Juan.

Horas más tarde...

−Hola Pelayo ¿Me pones un café, por favor? –dijo Justo Quintero entrando al bar un poco apurado y acomodándose en una silla junto a la barra.

−Hola Justo ¿Qué tal? −preguntó Pelayo.

−Un poco liado, la verdad...he alquilado el local que está aquí a dos calles, voy a montar ahí mi bufete.

−¡Enhorabuena! Me alegra por ti. Mira, aquí te pongo tu café, bien cargado, sin leche y sin azúcar.

−Gracias −dijo tomando el primer sorbo.

−Oye Justo, tengo una curiosidad que me está martillando la cabeza −dijo el hombre mayor.

−Pues dime, a ver si puedo ayudarte.

−¿Es cierto que ese hombre, Tomás Ledesma, tiene mucho dinero? –preguntó Pelayo mientras secaba una copa con un paño.

−Oh, sí,  tiene muchísimo, ha amasado una gran fortuna con el bufete y con otros negocios −respondió.

−¿Qué otros negocios?

−Bueno, de todo un poco, vinos y otros licores, además tabaco y algunos cárnicos.

−No tenía idea de que Tomás estuviera metido en todos esos negocios, Devoción nunca lo ha mencionado. 

Pelayo estaba realmente asombrado, no imaginaba que Tomás pudiera ser un empresario de ese nivel.

−En realidad esos negocios los heredó de su padre, que fue un comerciante muy exitoso en España, pero se dice también, que fue un aliado de la dictadura, por eso Tomás siempre sintió afinidad y gusto por la vida militar. Su abuelo fue un inmigrante que llegó a este país buscando una mejor vida y logró hacer fortuna... aunque existen fuertes rumores de que no todo era dinero limpio −dijo Justo bajando un poco la voz.

Prometo amarte y esas cosasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora