Capítulo 51. Te he echado de menos

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Amelia entró a casa de su madre y vio a su hermano observando algunas fotografías antiguas. Lo abrazó por la espalda para saludarlo y enseguida se fue en busca de Devoción. La morena lanzó la mochila en el sofá y salió al jardín, encontrando a la mujer mayor de rodillas sobre el césped, podando y regando algunas plantas.

−Hola, mami.

−Amelia, hija, te estábamos esperando para comer.

−¿Y Fausto?

−Ha de estar por ahí con Iñaki. Amelia, qué bueno que estamos a solas porque necesito hablar contigo de algo importante.

−¿Qué pasa, mamá?

−Ven conmigo un momento, por favor.

Las mujeres caminaron hacia el interior de la casa y entraron en el despacho de Fausto. Devoción se acercó al escritorio y abrió el cajón, sacando un sobre blanco de allí.

−Esto es para ti −dijo entregándoselo a la morena.

−¿Quién lo envía? −preguntó con curiosidad, frunciendo el ceño.

Amelia observó con detenimiento lo que decía aquel sobre y enseguida su rostro se transformó en completa molestia.

−¿Por qué me das esto? Sabes que no quiero saber absolutamente nada de ese hombre.

−Ese hombre es tu padre, Amelia.

−¡No! −gritó mientras lanzaba el papel sobre el escritorio.

−Amelia, hija...−la llamó Devoción acercándose −. Es hora de superarlo.

−¿Crees que voy a olvidar lo que pasó? ¿Que voy a borrar los momentos de miedo que viví, la zozobra, la tensión por su estricta vigilancia? ¡No, mamá! ¿Sabes? Todavía escucho su voz en mi cabeza, recriminándome, criticándome cuando pienso que no he hecho algo bien, tengo ese perfeccionismo innecesario por todo lo que hago. No puedo olvidar sus gritos, su mirada severa, la forma de anularme todos los días...recuerdo que nunca mostró una pizca de amor por mí...

−Hija, escúchame; perdonar no es un regalo que le haces a quien te ha lastimado. Perdonar es un regalo que te haces a ti misma. No es justo que sigas cargando con todo eso.

−¿Cómo puedes hablar de perdonarle, mamá? Después de todo lo que nos hizo...

−Amelia, todos estamos en el proceso de sanar nuestras heridas, se trata de dar pequeños pasos cada vez. Hija, no puedes esconderte toda la vida de ese dolor.

−¿Por qué enviarme una carta después de tanto tiempo?

−Ha enviado una carta a cada uno.

−¿Cómo?

−Así es. La de Jordi se la he enviado a Inglaterra y la tuya la guardé para cuando vinieras a casa.

−¿Qué dice en tu carta?

−No te lo voy a decir hasta que no decidas que harás con la tuya.

−¡Pues voy a quemarla!

−Piénsalo muy bien, hija, no te dejes llevar por la rabia que sientes en este momento.

La morena se quedó mirando fijamente los ojos miel de su madre e intentó tranquilizarse. Acomodó una silla y se sentó, observando con detenimiento aquel sobre que había arrojado sobre el escritorio.

−¿Alfons ha leído la suya? −preguntó la morena.

−Sí.

−¿Y Jordi?

Prometo amarte y esas cosasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora