Capítulo 53. Una especie de arpía

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Marcelino sostenía en sus brazos a Luciano y junto con Ciriaco, entonaban algo que parecía ser una canción infantil.

−Estos dos van a terminar por dejar sordo de verdad a Luciano −se quejó María.

−¡Qué tontería! Míralo, está feliz −dijo Manolita. 

−Sí, pero ya podría poner la radio o el tocadiscos, digo yo.

La mujer mayor se echó a reír. El ameno ambiente familiar de domingo se vio interrumpido por el timbre del teléfono. Manolita se levantó del sillón y se acercó al aparato para levantarlo.

−¿Diga? −esperó unos segundos en silencio −. ¡Leonor, hija! ¡Pero qué alegría más grande! ¿Cómo? −preguntó cambiando su expresión de repente, tornándose su rostro serio.

Marcelino dejó de cantar y Ciriaco dejó la algarabía. Todos guardaron silencio, esperando lo que Manolita iba a decir.

−¿Cuándo fue eso? −preguntó la mujer llevándose la mano al pecho −. Claro que sí hija, os estaremos esperando. Abrigaos, por favor y avisad cuando estéis en Madrid. Os quiero −y colgó.

−¿Qué pasa, Manolita? −preguntó Pelayo primero.

−Suegro que...que...ha muerto Tomás Ledesma −dijo completamente sorprendida al decirlo en voz alta.

Los ojos de todos los presentes se abrieron por el impacto y Marcelino dejó caer su mandíbula.

−Tengo que llamar a Amelia −se apresuró la rubia a sacar el móvil del bolsillo de su pantalón.

−¿Cuándo ocurrió eso? −preguntó Marcelino.

−Hoy, en la madrugada.

−Bueno, espero que su alma encuentre paz −dijo Pelayo.

−¡Claro que no! ¡Que se pudra en el infierno!

−¡Lucía! ¡No se desean esas cosas! −le regañó su madre.

−Luisi, ¿Amelia te coge la llamada? −preguntó María.

−No, parece que no tiene cobertura, porque tampoco le llegan los mensajes. Tengo que ir a buscarla.

−Pero ¿A dónde vas a ir, monito? −preguntó la gemela.

−No lo sé, a Barcelona o a casa de su madre.

−Luisita −la llamó Ignacio −. Yo creo que, con esa noticia, ellos deben venir de camino a Madrid. No tendría sentido que tú fueras a Barcelona.

−Tienes razón −reflexionó la rubia.

−Si Jordi se ha enterado, es claro que Devoción, Amelia y Alfons, ya lo saben −agregó Lucía.

−Es verdad −concluyó Luisita intentando calmarse −. ¿Cómo lo habrá tomado Amelia?

−No lo sabemos, hija, hay que esperar. Seguro que pronto estarán aquí −dijo Marcelino mientras pasaba a Luciano a los brazos de María.

−Lo que podemos hacer Nacho y yo, es ir con Quintero para ver si él puede averiguar algo en la cárcel −propuso Lucía.

−Eso mismo −afirmó Ignacio.

−¿De verdad? −preguntó la rubia.

−Sí, sí, además le haremos saber a Devoción y a Amelia, que estaremos para cualquier cosa que necesiten; papeleo y todo eso −agregó Ignacio.

−Gracias, Nachete; gracias, Lu −dijo la rubia.

La tarde se vio empañada por la preocupación de no tener noticias de Amelia y su familia. Eran casi las seis de la tarde, cuando el timbre de la puerta sonó y Manolín salió disparado de la silla del comedor, para ir a abrir.

Prometo amarte y esas cosasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora