Capítulo 11. Ser valientes

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Pero ¿Qué me estás contando, Sebas? ¿en coma? ¿por qué?  −preguntó Manolita alterada en el teléfono.

−Así es, Manolita, lamento ser portador de malas noticias. Clarita me ha dicho que la caída por las escaleras y el golpe contra el suelo, le provocó a Devoción, un trauma craneoencefálico y su estado es muy grave. 

−¡Dios mío, esto no puede estar pasando, pobre Devoción. Tomás tiene que ir a la cárcel por esto −dijo la mujer con rabia.

−Manolita, Clarita me ha contado que Tomás le hizo creer a todo el mundo, que fue un accidente. Así que la policía no está investigando.

−¡Desgraciado! 

−Calma hija −le dijo Pelayo que estaba cerca.

Marcelino había salido con las gemelas y con Luisita a hacer algunas compras, mientras que Leonor y Lola estaban en casa de Benigna, charlando un rato con Nacho y Jonás. Marisol y Manolín jugaban Jenga en la mesa del comedor, mientras Catalina y Ciriaco se entretenían con algunos juguetes en la sala. 

¿Estás seguro que está tan grave, Sebas? –seguía Manolita sin creérselo.

−Sí, Manolita, desafortunadamente, sí, eso fue lo que me dijo Clara, parece que ella está más allá que acá −dijo Sebas con pesar.

−¡Shhh! calla Sebas, Dios no lo quiera, no digas eso ni de broma −contestó Manolita.

−¿Qué le vas a decir a los chicos? 

La verdad, siempre es mejor la verdad, por mucho que nos pese o que nos duela. Ellos han estado muy preocupados por su madre sin saber qué ha pasado con ella, casi no comen, no duermen bien, no quieren jugar con mis hijos, no quieren hacer nada más que saber de su madre. Yo no puedo mentirles, Sebas.

...

Luego de una difícil conversación de Manolita, Marcelino y Pelayo con los hermanos Ledesma, el ambiente se tornó bastante gris. Manolita tuvo la difícil tarea de contarles a los chicos sobre el estado en el que se encontraba su madre y los tres chicos rompieron a llorar cuando lo supieron. Marcelino abrazó a Jordi, Pelayo a Alfons y Manolita acogió en sus brazos a Amelia para acunarla hasta que se calmara.

Las vacaciones de los Gómez fueron agridulces, se le veía a Amelia triste casi todo el tiempo y pensando en su madre, en cómo estaba, en si estaría sola, si su padre estaría con ella, si la cuidaban bien en el hospital. Jordi y Alfons no levantaron el ánimo con casi nada, ni siquiera con la compañía de Leonor y Lola.

−No estés triste Amelia, mira, te hice un dibujo −le dijo Luisita acercándose a la morena.

−Gracias −respondió secándose las lágrimas con las mangas de su jersey y mirando a la rubia con tristeza.

La rubia notó que su dibujo no animó a la morena, por el contrario, ella había puesto la hoja de papel a un lado y ni la había volteado a mirar. 

−¿Quieres jugar con mis cosas? –le preguntó la rubia.

−No...no, tengo ganas, Luisita.

−¿Puedo abrazarte?

Luisita se quedó mirándola con su acostumbrada inocencia, aguardando por una respuesta de la morena quien fijó sus ojos en los de aquella niña y no pudo negarse a ello. Amelia asintió y acto seguido, la rubia la envolvió con sus pequeños brazos y la apretó fuerte, regalándole un abrazo de oso, como los que le enseñó a dar su padre. 

María que se acercaba, se sumó al abrazo de las chicas sin decir nada, dándole a Amelia la fuerza y la tranquilidad que necesitaba en ese momento.

−Oye Amelia, te he traído esto −dijo Lucía acercándose a las tres chicas.

Prometo amarte y esas cosasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora