Capítulo 68. Tensa y silenciosa calma

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−Vamos Amelia, en casa estarás muy bien, todos allí te queremos muchísimo y estaremos encantados de cuidarte.

−Manolita, no quiero incomodar, de verdad. Me las apañaré.

−Amelia, tu madre me ha hecho prometerle, que cuidaré de ti como si fuese ella misma. No me hagas llamarle para que venga hasta aquí.

La morena se quedó viendo aquellos profundos ojos negros y pensó que tenía razón. Devoción no podía viajar a Madrid porque Fausto la necesitaba, además, la mujer ya no estaba para tanto esfuerzo y ajetreo. En las últimas semanas, había tenido algunos problemas de salud, debido al cansancio extremo que le había producido la terrible enfermedad por la que acababa de pasar su marido.

−Amelia, si es por mí que no quieres ir a nuestra casa, te prometo que no estaré la mayor parte del día −dijo Manuel, que estaba en la habitación del hospital, visitando a Amelia. 

−No digas tonterías, si a mí me da mucha ternura que todos vosotros estéis tan preocupados por mí. No puedo tener una familia más maravillosa, que hasta siento que no os merezco.

−¡Anda! ¡No digas tonterías! Ya hemos organizado nuestros horarios, para ayudaros a ti y a Luisi, con todo. No hace falta que os preocupéis por nada −agregó Marisol que también estaba allí. 

−¿De verdad? −preguntó la morena conmovida −Gracias, Merysun, por todo, a ti, a tus padres, a tu abuelo y a tus hermanos... todos; se han portado tan bien conmigo.

Luisita, se coló en la habitación como pudo y entró para ver a su novia y despedir a su familia. El horario de visitas terminaría pronto y quería verlos antes de que se marcharan. La rubia tomó suavemente el mentón a su novia y le dejó un beso en los labios.

−En un rato más, el doctor te quitará la cánula. Ten paciencia, amor −le dijo la rubia. 

−Bueno, nosotros nos vamos ya, hija, que mi marido y Leonor, están ansiosos por pasar a verte aunque sea un momento, que nos hemos entretenido charlando y solo quedan algunos minutos para que terminen las visitas.

−Gracias, Manolita −respondió la morena.

La mujer y sus dos hijos, se acercaron a Amelia para despedirse, dejándole cada uno, un tierno beso en la frente. Finalmente se despidieron de Luisita y las dejaron un momento a solas. 

−Me he emocionado con esa visita, cariño, tu familia es tan especial −dijo la de rizos. 

−Y falta mi padre −le sonrió la morena. 

Amelia sonrío también y se enterneció al escuchar aquello. Cuando Marcelino entró junto con su hija mayor, fue el primero en acercarse a la morena y tomar su mano, para luego dejarle un beso en la cabeza. 

−¿Cómo estás, yerna? −preguntó con los ojos llorosos.

−Estoy mucho mejor, Marce, ya quita esa cara de preocupación, por favor. 

−Imposible, no hasta verte de nuevo por el barrio, dando vueltas de un lado para otro, charlando y riendo con mis hijos y jugando con mis nietos. Te hemos echado mucho de menos. 

Leonor se acercó al borde de la cama para saludar a la morena y ésta le sonrió enseguida.

−Oye, Amelia, ¿Recuerdas el día en que te caíste de aquella bici, en el parque? −le preguntó la mayor de los Gómez Sanabria.

Amelia asintió soltando una leve risa. Luisita, que todavía estaba allí, le prestó mayor atención a su hermana, para escuchar cuidadosamente lo que quería decir. 

−Ese día mis padres te conocieron y te prometo que desde entonces, has sido una Gómez Sanabria. Mamá no podía dejar de hablar de ti todo el rato y papá solo preguntaba cuándo volverías a casa, para preparar las croquetas que tanto te gustaron. ¿Sabes? Llegué a pensar que te preferían más que a mí o que a cualquiera de nosotros. 

Prometo amarte y esas cosasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora