Capítulo 23. Bullying

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Corría Luisita con toda la fuerza que le daban sus piernas y aún le faltaba subir las escaleras para llegar a clase, si no lograba entrar al salón en menos de un minuto, vería la puerta cerrarse en sus narices.

Esa mañana se le había hecho tarde, al sonar la primera alarma, había lanzado adormilada el despertador y había dado la vuelta para seguir rendida en brazos de Morfeo. Manolita no estaba en casa para despertarla, había salido muy temprano al restaurante, en ese mes debían organizar algunos catering para unos congresos científicos que se realizarían en Madrid, así que debían aprovechar la oportunidad. Pelayo y  Leonor también habían salido muy temprano, a comprar algunas frutas y verduras para la casa. Lola seguía durmiendo porque había estudiado hasta muy tarde para unos exámenes de la universidad y las gemelas, no habían querido entrar en la habitación de la rubia, porque llevaban algunos días sin hablar. Marisol y Manolín intentaron despertarla, pero al ver que se les hacía tarde, decidieron dejarla y correr al instituto para no llegar tarde. Pensaron que su hermana quizás no se sentía bien esa mañana y prefirieron dejarla descansar. Así que,  la pobre Luisita, que siempre perdía el round con su pesado sueño, no se levantó a tiempo para llegar a la primera clase. 

−¡Jo! Me van a matar, me van a matar −decía Luisita llena de nervios, corriendo hacia el salón.

Alcanzó a cruzar la puerta y notó que el escritorio de la maestra estaba vacío, aún no había llegado y podía sentarse tranquilamente en su lugar, sin que nadie reportara su llegada tarde.

Sus compañeros de clase hablaban unos con otros, algunos estaban de pie, otros sentados sobre los escritorios, formando grupos de charla, risas y juegos.

Cuando la rubia cruzó el salón, buscando su lugar, la mayoría de sus compañeros se quedaron observándola, Luisita sin percatarse de lo que había en el pizarrón, acomodó sus libros y se sentó, limpiándose el sudor de la cara con las mangas del saco. Cuando por fin tomó aire, clavó sus ojos en aquella superficie verde frente a ella y lo que estaba dibujado allí. Encima de aquel dibujo sobresalía una flecha y con mala caligrafía, se leía en la parte superior "Luisa Gómez", lo que significaba que el intento de caricatura que estaba en aquel pizarrón, iba sobre ella. Luisita fijó los ojos en los detalles de aquel garabato con forma humana, tenía orejas y nariz de cerdo y su cuerpo parecía un globo alargado. Caían de los dos lados de la cabeza, unas trenzas similares a las que solía llevar, incluso, ese día. Siguió mirando el pizarrón intentando en ese instante abrir un hueco hasta lo más profundo de la tierra y meterse allí, para no salir jamás. De pronto sonaron las estridentes risotadas de varios de sus compañeros, Luisita sintió la sangre subir desde sus pies hasta la punta de su cabeza y empezó a respirar agitadamente, sintió unas horribles ganas de vomitar, recogió sus cosas y se levantó para salir de allí a toda velocidad. En sus ojos se acumularon abundantes lágrimas, intentaba aguantar con todas las fuerzas, su inminente caída.

Salió huyendo de aquel lugar dejando a Marina, su mejor amiga y compañera de clase, sin poder pronunciar ni una palabra.

−¡Sois todos unos cabrones! −gritó Marina a sus compañeros y recogiendo su mochila, salió corriendo detrás de su amiga.

...

−Marina ¿Qué ha pasado? –preguntó Lucía que llegaba con María al baño del instituto. Marina le había pedido a su hermana Alba, que les avisara a las gemelas sobre el estado de Luisita, sabía que las necesitaba más que nunca.

−Que tu hermana lleva encerrada aquí, por lo menos una hora y estoy preocupada −respondió la chica.

−¿Pero por qué está encerrada? ¿está enferma? −preguntó Lucía preocupada.

−Mmm.

−¡Marina! –exclamó Lucía palmoteando.

−Es que unos idiotas hicieron un dibujo en el pizarrón y Luisita se lo ha tomado muy mal −le respondió.

Prometo amarte y esas cosasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora