Capítulo 18. Los Asturianos

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Después de varias reuniones de los Gómez con Benigna, Justo y Sebas, llegaron a algunos acuerdos y establecieron un plan de negocios para la creación del restaurante. Tendrían por delante semanas de arduo trabajo.

Pelayo y Marcelino solicitaban las cotizaciones, mientras que sus amigos se encargaban de reunir el dinero que invertirían en la nueva sociedad. Justo debía vender su coche y Sebas su casa, lo cual, no eran tareas sencillas. Benigna seguía al frente de su negocio junto con Clara y los Gómez intentaban darle un poco más de oxígeno al bar, por lo menos mientras la idea del nuevo negocio, se materializaba, es decir; se contaba con el dinero necesario para iniciar las obras.

Por otra parte, la indemnización que recibirían los Gómez por el incendio tardaría un poco, por lo que, debían ser pacientes y aprovechar el tiempo en ir preparándolo todo, Marcelino tenía en sus hombros la tarea más importante de todas: pensar en cómo sería el restaurante, sus platos, su ambiente, su menú, su nicho de mercado, en fin, el corazón del negocio.

...

−Hola hija.

−Hola, Justo ¿Qué tal? Pasa, pasa −respondió Leonor saludando al hombre con un beso en la mejilla y un suave abrazo.

−Bien hija, todo muy bien. He venido a ver a tu padre, que me ha dicho que estaría en casa temprano.

−Sí, está en la cocina. Voy a llamarle. ¿Quieres algo de tomar?

−Un cafelito está bien, gracias.

−Vale, ya vuelvo.

Justo dejó su portafolios en la mesita de la sala y se quitó el abrigo. De pronto, Devoción apareció, apoyándose con un caminador e intentando acercarse al abogado para saludarlo.

−Pero mujer, ¿Qué haces? Deberías estar descansando, que me imagino que las terapias te dejan muerta −le dijo mientras él acortaba la distancia para saludarla con dos besos −Veo que has avanzado muchísimo, me alegra mucho, de verdad.

−Hola, Justo, gracias, sí, he hecho algunos avances importantes y estoy muy contenta por eso. Gracias en parte a vosotros, que de lo contrario no lo habría conseguido.

−Qué va, mujer, si para nosotros es un placer ayudarte en todo lo que podamos.

−Y ¿Qué tal? ¿Cómo vais? −preguntó la mujer.

−Bien, un poco agotado, la verdad, con mucho jaleo en el bufete y Benigna, ya te imaginarás, a veces no da abasto en la tienda, ni con la ayuda de Clara.

−Me alegra escuchar que os está yendo tan bien, Justo, os lo merecéis −dijo sonriéndole −oye, que te escuché hablando con Leonor y quise venir a saludarte y a decirte que necesito hablar una cosa contigo.

−Claro, claro, mujer. He venido a hablar algo rápido con Marcelino, pero si quieres dime de una vez, te escucho.

−No, no quiero interrumpir, primero habla con Marcelino de vuestras cosas.

−¡Justo! Qué bien que hayas venido, hombre, que ya estaba un poco preocupado −saludó Marcelino entrando en el salón.

−Ya, perdona, es que estuve un poco liado en el bufete hoy. ¿Y Manolita?

−Debe estar por llegar, hoy tuvo que doblar el turno en el hotel.

−¿No habéis cenado aún? No quiero interrumpiros.

−Los niños sí, nosotros no hemos cenado aún, pero no hay problema, estamos esperando a Manolita. Si quieres, puedes quedarte con nosotros −respondió Marcelino.

−No, me da una vergüenza interrumpiros de esa manera −dijo el abogado.

−¡Tonterías! −respondió Marcelino.

Prometo amarte y esas cosasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora