Capítulo 15. La caída del poderoso

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Ledesma Corporation, buenos días ¿En qué puedo ayudarle?

−Buenos días. Me gustaría hablar con Tomás Ledesma.

¿Quién lo llama?

−Marcelino Gómez.

Un momento, preguntaré si puede atenderlo.

Marcelino escuchaba impaciente una música que le indicaba que lo habían dejado en espera. De pronto, una voz interrumpió.

Pero ¿Qué descaro tiene de llamarme?

−Escúcheme, Tomás, necesito hablar con usted ¿Puede venir al bar esta tarde? –le preguntó Marcelino directo.

−Para lo único que tenemos que hablar, es para que me diga dónde están mis hijos y más le vale que me lo diga.  

−Bueno, entonces lo espero esta tarde en el bar, a las seis.

Vaya, entonces al final de cuentas el bar quedó en pie.

−¿Está insinuando que tuvo que ver con lo que le sucedió?

En absoluto ¿Sabe que muchas personas acostumbramos a leer los periódicos? −respondió con sarcasmo.

−Nos vemos esta tarde −le respondió con fastidio y colgó inmediatamente.

Marcelino tuvo que hacer un tremendo esfuerzo para aguantarse las ganas de decirle hasta de qué mal se iba a tener que morir. No iba a adelantarse a las cosas y hablaría con él en el momento justo. 

Marcelino pasó el día impaciente en el bar. Pelayo no estaba mejor, despachó mal dos cafés e hizo un par de desastres en la cocina; realmente estaban muy nerviosos los dos. Manolita terminó el turno en el hotel e inmediatamente se fue para el bar a ayudar un poco para terminar antes de las seis. Pidió a sus dos hijas mayores estar pendientes de sus hermanos y de casa, hasta que ella regresara. Era importante que ella estuviese en esa reunión junto a su marido y su suegro. 

...

−No le diré que es bienvenido, porque usted no es bienvenido aquí −dijo Pelayo apenas vio a Tomás entrar en el bar.

El hombre mayor lo miraba con rabia, pero Tomás lo ignoró completamente.

−Calma padre, por favor, mejor tráenos café, anda −dijo Marcelino para serenarlo un poco.

−Vengo a que me diga ahora mismo dónde están mis hijos, no estoy de visita, así que puede ahorrarse el café −le dijo a Marcelino directamente. 

−Bueno, un vaso de agua sí que va a necesitar, siéntese −le dijo señalándole una silla mientras él se sentaba en frente.

El abogado siguió con su actitud soberbia y soltó una carcajada.

−Dígame de una vez dónde están mis hijos y evitemos todo este espectáculo, por vuestro bien −amenazó.

−Voy a fingir que no me ha amenazado, Tomás. Antes de empezar, voy a llamar a alguien que falta en esta conversación −dijo mientras hacía señas con la cabeza y con los ojos, a una mujer que estaba sentada unas mesas más lejos.

La mujer se levantó y se acercó hacia donde estaban los dos hombres.

−Buenas tardes, Tomás Ledesma −saludó la mujer.

−¿Quién es usted? −respondió con petulancia.

−Soy Margarita Fernández, del periódico La Libertad.

−¿Qué es lo que quiere? Ahora no estoy para entrevistas, estoy aquí por un asunto personal.

−Por eso precisamente estoy yo aquí.

Prometo amarte y esas cosasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora