Capítulo 7. Crece la amistad

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−Hola Amelia −saludó Luisita acercándose a una mesita de concreto que estaba en el patio de la escuela.

−Hola –respondió la niña de rizos levantando la mirada y sonriendo.

−¿Puedo sentarme aquí contigo? –preguntó señalando a un lado.

−Claro, siéntate.

Luisita partió un poco del bizcocho que llevaba para la merienda y le ofreció un trozo a la morena, que lo recibió encantada porque sabía que era una delicia hecha por Marcelino.

−Mis hermanas no han venido hoy, han pillado un resfriado y mi madre las ha dejado en casa −dijo la rubia.

−Oh, vaya, espero que mejoren pronto −respondió la morena con pesar.

−¿Qué estabas haciendo? –se interesó la rubia.

−Estaba coloreando un paisaje de este libro.

−¿Puedo ver?

−Claro.

Le entregó el libro para que lo observara y Luisita quedó impresionada observando aquel dibujo.

−Es muy bonito, me gustaría poder colorear así...mamá dice que debo mejorar, mis dibujos quedan fatales y si no lo hago, mi maestra de arte no va a subir mis calificaciones −se lamentó.

−Bueno, cuando quieras te enseño algunos trucos −respondió la morena sonriéndole y guiñándole un ojo.

−Me encantaría −dijo la rubia riendo con la dulzura que la caracterizaba y llevándose un trozo de bizcocho a la boca.

−Bueno, trae todos tus colores el lunes y nos vemos acá, a la hora del recreo.

−Está bien, así lo haré.

Terminaron la merienda y charlaron un poco, Luisita le contaba a Amelia la desafío que representaba que las gemelas se tomaran el medicamento para la fiebre y el dolor, sin exagerar, eran capaces de poner la casa patas arriba. El timbre había empezado a sonar indicando que era la hora de despedirse y regresar a los salones. 

−Nos vemos mañana Luisita, saluda a las gemelas de mi parte.

−De tu parte. Hasta mañana, Amelia.

En la tarde, Devoción y sus hijos se encontraron con Manolita y Luisita en la marisquería de Sebas. Las mayores de las Gómez se quedaron en casa cuidando de las gemelas que seguían con resfriado, pero afortunadamente, ya no tenían fiebre. 

Amelia y Luisita decidieron ir a por un helado, mientras que los chicos Ledesma aprovecharon para escabullirse al bar a comer unos ricos milhojas y bollitos de leche, que había preparado Marcelino especialmente para ellos. 

............

−Hola morena −dijo Lucía sentándose al lado de la morena y dejando caer sin ninguna delicadeza sobre la superficie de concreto, varios colores, crayones, rotuladores y hojas blancas.

−¿Y eso? –preguntó extrañada la morena. 

−Luisita nos ha dicho que nos enseñarás a colorear −respondió.

−Oye, Lu, Luisi ha dicho que le enseñará a ella, acordamos preguntarle primero si quería enseñarnos a nosotras también −le reclamó María a su gemela. 

−No hay problema Mary, con gusto les enseño a las tres, realmente me encantaría eso −interrumpió Amelia. 

Y desde ese día, en cada recreo, cambiaron los juegos y las charlas, por los paisajes, las hojas y los colores. Marcelino se entusiasmó apenas supo del nuevo pasatiempo de sus hijas y de Amelia, no dudó ni un segundo en comprar libros para colorear para dárselos a sus hijas y enviarle unos a Amelia. Pelayo, quien también estaba encantado con la idea, compró para ellas todo un arsenal de colores, crayones, acuarelas y rotuladores. El hombre mayor y su hijo habían encontrado los materiales escolares en un mercadillo y no dudaron en comprarlos para las niñas.  A Manolita al principio le pareció una compra exagerada de su marido y su suegro, pero había visto a sus hijas y a Amelia tan felices, que al final el dinero no importó. De todos modos, si no lo hubiesen hecho, habría terminado comprándolos ella misma. Las niñas se merecían eso y más. 

Prometo amarte y esas cosasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora