Capítulo 22. Cuernitos

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−¡Monitoo! Ya estamos en casa −gritó Lucía al entrar.

−¡Ah! ¡Hola! −respondió Luisita saliendo apurada de la cocina.

La rubia tenía rastros de harina en la frente, la nariz y las mejillas.

−¿Qué estás haciendo? −le preguntó Lucía riéndose por la pinta de su hermana menor.

−Estoy haciendo unos cuernitos con crema, que sé que os van a chupar los dedos −respondió muy orgullosa.

−Hola Luisi −saludó María entrando y quitándose el abrigo de inmediato.

−Hola Luisita −saludó esta vez Amelia, que venía detrás de María, cargando algunos libros.

−Hola Mary, hola Amelia −les respondió y de inmediato se dibujó en su cara, una amplia sonrisa al ver a la morena.

−¿Qué tal chicas? ¿Cómo ha ido el trabajo en casa de Sara? −preguntó Lola que salía de la cocina y las vio en la sala.

−Sara es una pesada −respondió Lucía.

−¿Qué ha pasado? –preguntó la mayor. 

−No le hagas caso, ya sabes que Lucía no pasa a Sara −respondió María.

−Pero ¿habéis terminado los deberes? −preguntó Leonor. 

−Que sí, que sí −respondió María caminando hacia su habitación seguida de Lucía.

Amelia se había quedado unos segundos descargando los libros, sobre la mesa del comedor.

−¿Te quedarás a merendar? −le preguntó Luisita a la morena. 

−Claro, no me lo perdería por nada del mundo y más si lo has hecho tú −le respondió mientras se acercaba para limpiarle la harina que tenía en los mofletes y en la nariz.

Lola había regresado a la cocina para tratar de limpiar la caótica escena, no quería que sus padres y su abuelo llegaran y encontraran un verdadero desastre digno del huracán llamado Luisita. Era innegable el don que la rubia tenía para la cocina, que, si bien no lo llevaba en su ADN, sí lo había aprendido de su padre y de su abuelo. Lo único malo, era que ser organizada, no era algo que se le diera precisamente bien.

Mientras Amelia pasaba el dorso de su mano por la cara de Luisita, a la rubia le parecieron las mejores caricias del mundo, se quedó mirando fijamente esos ojos miel que la hipnotizaban y no pudo reprimir más su sonrisa. Intentó no sonrojarse ante el tacto delicado y tierno de la morena, pero le fue imposible, su cara hervía y estaba completamente enrojecida.

Luisita era muy joven aún, pero eso no era impedimento para no darse cuenta que las caricias de Amelia, le hacían sentir cosas diferentes, cosas que no sentía con las caricias de sus hermanas o de su mejor amiga, Marina. Luisita era muy mimada, eso todos lo sabían y le había costado muchas regañinas de su madre, porque de noche, seguía colándose en la habitación de las gemelas, para acurrucarse con alguna de ellas, especialmente con María, que le acariciaba su cabellera, hasta que se quedaba dormida. Por eso, la rubia sabía que esas caricias que le hacía Amelia, le producía sensaciones que no sentía con nadie más. 

−Luisita ¿Estás bien? –preguntó Amelia tomándola suavemente por la cara y sacándola de sus pensamientos.

−¿Ah? sí, sí, sí...claro...esto...que voy a la cocina, que dejé el horno encendido −dijo corriendo.

−Está bien −respondió la morena un poco descolocada, pero divertida con el nerviosismo de la rubia.

La tarde transcurría tranquila, Lola terminaba de organizar la cocina, Luisita estaba rellenando los cuernitos, las gemelas escribían unos resúmenes de filosofía, echadas sobre la alfombra de su habitación y Amelia leía cartas a un joven poeta, recostada en la cama de Lucía. La morena se había encontrado con ese libro en la biblioteca personal de Alfons y desde entonces lo llevaba para todos lados. Desde un par de meses atrás, se había puesto con su hermano, el reto de leer como mínimo, doscientos libros en tres años. A las gemelas el reto les pareció descabellado e imposible de alcanzar, le decían todo el tiempo que, para eso, debía convertirse en un verdadero ratón de biblioteca. Pero Amelia tenía un espíritu competitivo y terminó por aceptar el reto de su hermano.

Prometo amarte y esas cosasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora