Capítulo 63. Meter la pata

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Amelia caminaba por uno de los pasillos del hospital, sosteniendo un ramo de rosas en sus manos. Llamó al ascensor que la llevaría hasta el quinto piso donde estaba el área de cardiología y mientras esperaba impaciente, sentía que los nervios y la emoción, invadían todo su cuerpo. En realidad, no entendía por qué se sentía así, si todo marchaba de maravilla y hacía un mes que habían empezado con los preparativos de la boda.

Cuando por fin el ascensor abrió las puertas que la dejarían justo en el piso donde trabajaba Luisita, la morena tomó aire para llenar completamente sus pulmones y se acomodó la pretina de su falda con su mano libre, mientras que, en su otro brazo, sostenía el ramo de hermosas flores rojas.

Casi quedó paralizada cuando vio a su novia muy concentrada, llenando varios documentos en uno de los escritorios de la estación de enfermeras. Luisita era muy guapa, incluso, con el ceño fruncido y muy concentrada en lo que hacía.

−Buenas tardes, señorita −saludó Amelia, escondiendo el ramo de flores en su espalda.

Luisita elevó su mirada y su expresión se tornó en una de gran sorpresa.

−Oiga, me han dicho que en esta área trabaja una doctora muy guapa y no he podido aguantar las ganas de venir a verla. 

La rubia intentó contener la risa y se aclaró la garganta.

−¿Ah sí? ¿Sabe cuál es el nombre de esa doctora muy guapa? Quizás yo podría ir a buscarla por usted.

−Se llama Luisa, Luisa Gómez, ¿La conoce?

−Hum, no, no me suena, no.

−¡Oh! ¡Qué lástima! Porque fíjese que, es una chica muy guapa, muy lista y también muy sexy. Desde que la vi la primera vez, me enamoré de ella y hoy he decidido venir hasta aquí para decirle, que estoy loca de amor por ella. 

−¿Ah sí? Pues fíjese que me da algo de envidia, la verdad; debe ser muy guay tener al lado a una mujer así de romántica como usted...que ya veo que lleva ahí un hermoso ramo de rosas −dijo la rubia señalando la espalda de la morena.

−¿Le gustan? Escuché por ahí que a ella le encantan las rosas −respondió Amelia mostrando el frondoso ramo.

−¡Pues qué casualidad! A mí también me encantan las rosas.

−¿Sabe una cosa? Ahora que la miro con más detalle, me doy cuenta que usted se parece muchísimo a ella.

−¿De verdad?

−Hum.

−¡Luisita! −la llamó el doctor Torres, interrumpiendo el juego que tenían −. Por favor, ven un momento.

La morena hizo un puchero y extendió el ramo para que Luisita lo tomara.

−¿Podría entregarle esto y decirle que la quiero muchísimo?

−Claro −respondió la rubia con los ojos brillantes.

−Que, si es posible, esta noche se pase por casa para cenar y para darle todos esos besos, que no le he podido dar en estos días.

−Se lo diré, no se preocupe, señorita. Se pondrá muy feliz cuando le entregue este lindo ramo y le de su mensaje. Seguro que contará las horas para ir a casa... y corresponderle esos besos, que sé que también se muere por darle.

−Eso espero −respondió la morena sonriendo y guiñando un ojo.

−Gracias, mi estrella −dijo la rubia en un susurro, alejándose de ella y acercó su nariz a las flores, para aspirar su dulce aroma.

−Te quiero, mi luna −respondió Amelia con voz baja y vocalizando, enviándole un beso en el aire, con disimulo.

La morena se quedó viendo a Luisita marcharse hasta entrar en una sala, donde la esperaban el doctor Torres y el resto del equipo de cardiología. Amelia tomó aire nuevamente, intentando liberar la tensión con la que había llegado y sacó su móvil del bolsillo, para leer el mensaje que se anunciaba. Era Lucía y al parecer necesitaba que la llamara urgentemente.

Prometo amarte y esas cosasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora