Capítulo 19. Volver a empezar

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Alfons y Jordi estaban felices, no regresarían más al instituto militar donde los había inscrito su padre, ya no estarían bajo las estrictas reglas de ese lugar, tendrían la oportunidad de hacer otros amigos y también, de dedicar tiempo a actividades que les gustaba, como la música y el arte. 

Jordi entraría al último año y luego de presentar algunos exámenes y una entrevista con la directora, su ciclo terminaría pronto e iría a la universidad. Por el lado de Alfons aun le faltaba cursar dos años, pero estaba feliz por el nuevo instituto y el nuevo comienzo.

Devoción decidió poner en venta la mansión y con ese dinero, comprar un piso cerca de la plaza de los besos y guardar el resto, para la universidad de los tres chicos. No querían alejarse de los Gómez ni de la plaza, después de todo, ellos se habían convertido en su nueva familia. 

Con la noticia de la mudanza, Amelia se puso triste porque no quería salir de la casa Gómez-Sanabria, estaba aferrada a ellos, especialmente a las gemelas y a Luisita. Los chicos Ledesma comprendían que era lo mejor para todos, así ellos estarían más cómodos y le darían un poco de espacio, que bastante habían hecho ya y no querían causar más molestias. Les hacía mucha ilusión continuar viviendo en el barrio, no solo se había fortalecido su amistad con los Gómez-Sanabria, sino también, con los Quintero-Castro.

Justo Quintero tenía la misión de encontrar un comprador para la mansión y Devoción había publicado algunos anuncios en el periódico. Rogaban con todas sus fuerzas que pronto apareciera esa persona, porque Manolita y Devoción, ya tenían visto el piso perfecto, muy cerca de la plaza, frente al parque donde se habían conocido Leonor, Luisita y María con Amelia y Jordi.

Marcelino seguía a tope de trabajo en el restaurante; su padre, Benigna y Sebas eran quienes le echaban la mano en los días de mayor faena. Al final, llegaba cansado a casa y compartía un rato con sus hijos y su mujer, intentando que cada segundo valiera la pena. En el fondo sabía que los chicos crecían rápido y cuando menos lo esperara, sus hijas mayores se irían de casa, otros estarían en la universidad y los más pequeños, estarían en la no tan anhelada rebeldía adolescente.

Las cosas para Manolita, en cambio, no era un camino de rosas, tenía algunos enfrentamientos muy fuertes con Ascención, la madre de su jefe y dueña del hotel. La mujer cada día encontraba una razón para quejarse del trabajo de la gobernanta y Gabriel de la Vega estaba empezando a hartarse de eso, tanto, que contemplaba la idea de despedir a Manolita, aunque tuviese que pagarle una indemnización por ello. 

...

−Manuela ¿Por qué no renuncias de una vez y te vienes a trabajar conmigo? Mira que he estado pensando en contratar a alguien para que me ayude con la barra, surtiendo los vinos, recibiendo los pedidos, contestando el teléfono. Mi padre y yo tenemos mucha faena en la cocina −dijo su marido mientras buscaba un pijama.

−Sí, creo que no aguanto un segundo más a esa mujer y antes de que las cosas se pongan peor, prefiero dar un paso al costado.

−Mi amor, yo encantado de que trabajes conmigo −dijo Marcelino.

−Ya lo sé, Marce, solo que, han sido tantos años trabajando en el hotel, que me sabe muy mal tener que irme así, dejando solo a Domingo con esa harpía. 

−Bueno, viéndolo de ese modo, tienes razón, pero, piénsalo por un momento de la siguiente manera; los chicos están creciendo, Luisita y Manolín necesitan un poco más de supervisión, que le han estado dando una temporada a sus hermanas mayores, que ya te digo yo.

−Es verdad, los chicos me necesitan más y también tú. Pues no se diga más, renunciaré al hotel.

−Ven aquí −le dijo Marcelino pidiéndole un beso.

Prometo amarte y esas cosasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora