Capítulo 13, episodio 2: la doncella del fuego sagrado

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Cuando los primeros soldados pisaron los jardines de la mansión, una columna de fuego cayó sobre ellos proveniente del cielo. Los que estaban por entrar se detuvieron y desde el exterior, los grandes focos buscaron el origen de aquel ataque ígneo.

Poco tardaron en encontrar una silueta en lo alto de la mansión. Al ser iluminada, pudieron ver a una chica que emitía destellos rojos desde su cuerpo. Los soldados apuntaron la apuntaron con sus armas y los pocos que disponían de mochilas propulsoras se acercaron volando hasta tener rodeada a la intrusa.

—Se encuentra en una zona restringida. Debe de abandonar el lugar de forma inmediata y rendirse para ser interrogada por su ataque—informó el líder de los soldados voladores.

La intrusa vestía una armadura de color rojo que la cubría el pecho, la parte superior de la espalda y brazos y los hombros. Justo donde terminaba la armadura en sus brazos, comenzaban unas largas y amplias mangas, similares a las de los kimonos japoneses, con patrones de llamas y pétalos las cuales cubrían sus antebrazos y sus manos.

Alrededor de su cintura, una pieza similar a un obi la cubría el vientre con un lazo blanco a su espalda que tenía los mismos patrones que las mangas. En la parte central de este lazo estaba el cristal verde en donde se podía ver una letra del alfabeto griego: una equis con una de sus patas más larga y curvada hacia arriba.

Una falda la cubría hasta las rodillas y bajo esta, dos piezas metálicas la protegían el lateral de los muslos. Por debajo de las rodillas, unas medias blancas la cubrían las piernas hasta los pies, donde otras piezas de su armadura, iguales que unas sandalias geta, se los cubrían y se ajustaban con varias tiras alrededor de sus piernas.

La cara de la chica estaba cubierta por una máscara que le cubría los ojos, en donde se podían ver dos piezas blancas en los huecos para los ojos que funcionaban a modo de visor. En los laterales de la cabeza tenía dos adornos que parecían dos grandes flores de cerezo. La máscara se cerraba en la parte posterior de su cabeza bajo su pelo castaño.

No perdáis el tiempo con esa intrusa. Acabad con ella junto a la mansión

La voz del capitán de los soldados salió por comunicador del líder de los soldados voladores. Este, levantó su mano derecha y al instante el resto de los soldados que rodeaban a la intrusa levantaron sus armas.

—Os debo una disculpa por interrumpir vuestra misión, pero yo también tengo una misión que cumplir —les dijo la chica.

Introduciendo su mano izquierda en la manga derecha, sacó un abanico japonés, que al abrirlo, reveló una ilustración de un árbol de flores blancas en un acantilado sobre el mar. Con un movimiento muy artístico, la chica se cubrió la parte baja de su cara.

El líder de los soldados voladores noto un fuerte pinchazo en su brazo izquierdo. Al bajar la mirada, vio una especie de dardo o púa de fuego blanco. Antes de que darse cuenta, aquel fuego se extendió por todo su cuerpo, cubriéndole de pies a cabeza.

Ante la impresión de verse cubierto por aquellas llamas, el soldado comenzó a gritar y a volar de forma errática. Dos de los otros soldados voladores tuvieron que romper la formación para esquivar a su líder y al final se dirigió hacia la chica.

—Ese fuego es inofensivo —La chica saltó para esquivar el embate del soldado—, no tienes que armar tanto escándalo.

El líder de los soldados voladores se estrelló contra el tejado de la mansión, quedando inconsciente y cubierto por el fuego blanco, el cual, tan rápido como se había propagado, se extinguió.

¡No la deis tiempo para pensar! ¡Atacad inmediatamente!

La nueva orden del capitán fue recibida por el resto de los soldados voladores, quienes levantaron una vez más sus armas, sin embargo, la chica no esperó a que abrieran fuego. Girando sobre sí misma lanzó los mismos dardos de fuego blanco, golpeando a cada uno de los soldados y al igual que su líder, comenzaron a volar de forma errática por el miedo de estar cubiertos por las llamas.

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