7 mayo - x491

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Maranni de las Montañas Azules, así se llamaba el reino antes de que fuera conquistado por el rey de Avanta. Era un gran reino, con un gran ejército, con un gran líder, y todo cayó la noche en que los arietes atravesaron la puerta principal de la ciudad y el rey de Avanta entró en el castillo.

La pelea entre los reyes que sucedió esa noche en el salón del trono de Maranni, fue algo de lo que se habló durante muchos años después de la Caída. La forma en que el Rey de Maranni había derrotado al Rey de Avanta en ese combate singular fue, sin duda, lo que dio lugar a Los Acuerdos de la Caída. El rey de Maranni sabía que si mataba al rey de Avanta de todas formas los iban a conquistar y los iban a exterminar; ningún rey iba a solo a la guerra, y los reyes de Avanta siempre iban acompañados por el Segundo Príncipe como Comandante de su ejército.

Ahora, de ese gran reino llamado Maranni de las Montañas Azules, solo quedaba el recuerdo.

Maranni era el nombre de la ciudad donde vivían Rukia y su familia. Las Montañas Azules, que eran el nacimiento de varios ríos que surcaban el antiguo reino y eran la tierra más fértil para los cultivos, pasaron a formar parte del nombre del reino de Avanta junto con todas las tierras que anteriormente pertenecía a los antepasados de Rukia. 

Los reyes de Maranni se volvieron Señores de la ciudad donde vivían y las coronas fueron entregadas a sus conquistadores. Un reino a cambio de la vida de sus hijos y de su gente. El rey de Maranni era un gran líder y no podía permitir que más sangre inocente se derramara.

Aun el sol no salía por completo pero la actividad dentro de la Gran Casa era constante pues la boda de Byakuya, a pesar de no parecer tan grande, se había vuelto algo realmente descomunal. Los sirvientes iban y venían con sillas y mesas, con manteles y con decoraciones que llenaban la parte del bosque trasero que se usaría para la fiesta después de la ceremonia en el Templo de las Deidades.

Rukia quería ayudar a decorar pero su madre se lo impidió, por lo tanto, lo único que podía hacer era sentarse en el comedor junto a su madre, que estaba terminando de comprobar las cosas necesarias para la boda, mientras ella tomaba una tasa de té de menta. Rukia amaba ese té, era como si esa bebida la hiciera olvidar todos sus problemas y le dejaba una sensación de felicidad.

— Todo está listo. La comida estará lista para el banquete y los barriles de vino y cerveza están en el salón. Las mesas están acomodadas y los músicos deben llegar antes de que vayamos al Templo de las Deidades.

Su madre la estaba poniendo al día sobre todo lo que se hacía, así como sobre varias otras cosas que no estaban del todo terminadas pero que ella no podía controlar. Rukia solo asentía a todo lo que decía su madre mientras tomaba un sorbo de su té. La boda de Byakuya debía celebrarse como la tradición marannita dictaba, que era de las pocas cosas que la conquista no les había quitado.

— ¿Mi padre llegará a tiempo para la boda? — Preguntó, dejando a un lado la taza de té de hojas de menta.

— Sí, salió de la capital del reino hace varios días. Llegará a tiempo. — Rukia asintió pero la voz de su madre sonó preocupada, como si temiera que él no llegara a tiempo.

Pocas veces en el año veían a su padre, siempre estaba allí en fechas importantes pero la mayor parte del tiempo él estaba en la capital atendiendo las demandas del rey y del pueblo. Su padre vivía en la Casa Kuchiki, que estaba construida dentro de los terrenos del palacio, y tenía sus propios soldados que siempre viajaban con él. Soujun Kuchiki era el único de los concejales que tenía ese privilegio. 

También era el único de los concejales cuya hija estaba obligada a casarse con un príncipe.

— Entonces me iré a preparar, madre. — Rukia se levantó de su lugar en la mesa, besó a su madre en la mejilla y se fue de allí evitando chocar con una de las sirvientas que llevaba un gran plato de algo que parecía ser sopa.

— Cuando te cases, también tendremos una fiesta así de grande. — Le prometió su madre cuando estaba a punto de subir las escaleras. Rukia solo asintió con la cabeza, la idea de casarse la incomodaba. Malditos acuerdos.

El día en que ella se casara se haría una gran fiesta en la capital del reino, se invitarían Señores del todo el reino y gente que ella no conocería pero que de todas formas se acercarían a ella como si llevaran toda una vida de conocerse. Suponía que cualquiera en su situación estaría feliz de casarse con un príncipe pero ella simplemente no dejaba de resistirse a esa idea.

Realmente estaba llegando a la conclusión de que prefería casarse con Kaien que con ese extraño.

Rukia empezó a pensar en lo afortunado que había sido su hermano y en lo hermosa que era su prometida; la forma en que se enamoraron mientras él viajaba por Jetaiya le parecía mágica. Su hermano siempre había tenido la opción de casarse con quién él deseara y ella estaba segura de que él se casaría con una dama del reino, pero su prometida era una princesa exiliada. Algo inusual y pocas veces visto.

Terminó de ponerse el vestido que iba a usar en la fiesta con la ayuda de Yuki, quien estaba en su habitación solo porque quería un poco de perfume, y tomó unas hojas de menta para guardarlas en un pequeño bolsillo escondido que había logrado coser al vestido cerca del cuello. Ese era todo el perfume que ella sentía que necesitaba.

Rukia ahuyentó a Yuki para que saliera de la habitación cuando intentó maquillarla y ella pudo terminar de vestirse con tranquilidad. No le gustaba la idea de llamar demasiado la atención con vestidos de colores brillantes y llenos de encajes, por lo que sus vestidos eran hechos de una manera elegante y con adornos moderados. Su madre decía que debía vestir de manera elegante, de acuerdo a su estatus de nacimiento y a su antiguo linaje. 

Pero también tenía vestidos sencillos que usaba cuando iba a comprar pan y que eran algo que su madre tampoco aprobaba. Si su madre supiera por qué le gustaba tanto ir por el pan, no la volvería a dejar salir. 

La procesión nupcial, desde el Templo de las Deidades hasta la Gran Casa, estuvo acompañada de música y fuegos artificiales traídos desde más allá del Mar de Ocaso. Los recién casados se sentaron en un carruaje tirado por caballos y arrojaron caramelos envueltos en papel de colores brillantes y pequeñas monedas de bronce a todos los que salieron para verlos pasar. Era parte de la tradición y lo hacían para compartir su felicidad con las personas, además de traer buena suerte y riqueza a su matrimonio.

Rukia veía a su hermano que estaba completamente feliz, como si fuera el mejor día de su vida, y veía a su nueva cuñada con una sonrisa radiante iluminando su rostro. Hisana usaba la antigua Corona Azul, la tiara con la que se habían casado su madre, su abuela y todas las mujeres de su familia desde que Maranni todavía era un reino, y de nuevo sintió una pequeña punzada de celos por Hisana. 

Hisana era una princesa y en ese momento ella se veía exactamente como una.

Rukia muchas veces se preguntó, desde que Hisana llegó a la Gran Casa y se supo que era una princesa exiliada, que si por amor valía la pena dejar un reino, una corona y toda una vida solo para convertirse en la esposa de un Señor. En ese momento, viendo lo felices que eran los recién casados, Rukia tuvo la certeza de que en verdad se hacían muchas cosas increíbles en nombre del amor.

Ella quería un amor así. Un amor de antología que pudiera contar con felicidad en el futuro.

La fiesta celebrada en los terrenos de la Gran Casa duró todo el día y la mayor parte de la noche. Antes de que la oscuridad cubriera todo, encendieron pequeños faroles por todas partes dando un aspecto más cálido a esa noche e iluminando a los invitados que no paraban de brindar por la felicidad de los recién casados.

Rukia estaba feliz por su hermano. Él también estaba atado a la voluntad del reino, pero al menos él podía elegir a la compañera de su vida. 

Con ese pensamiento, Rukia cerró los ojos y rezó a las Deidades porque ella también pudiera elegir con quien pasar el resto de su vida. Rezó porque su compromiso se cancelara y porque un hombre, un buen hombre, la mirara de la misma manera que Byakuya miraba a Hisana.

El Ruiseñor || IchiRuki FFDonde viven las historias. Descúbrelo ahora