26. Burros, vacas y dinosauros

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Juan Pablo Villamil.

Día 5 de 30.

Blanquita se vuelve y le da una mirada perezosa.

Pastelito suelta un chillido emocionado y da saltitos a su alrededor.

Blanquita, que claramente está más acostumbrada a la gente que Pastelito a las vacas, inclina su cabeza en su dirección y Pastelito vuelve a gritar con deleite mientras la acaricia entre las orejas, y la vaca se lo permite.

Pastelito se acerca y la acaricia como un perro, mientras le habla por los codos, contándole acerca de cómo van a ser las mejores amigas, y ordeñarla es su deseo número 11, y cómo este es el mejor día de toda su vida porque está aquí con ella.

A lo mejor estoy proyectando, pero me da la sensación de que Blanquita la mira con deleite. La vaca se inclina alegremente para ofrecerle su cuello, y Pastelito suelta una risita encantada.

- ¿Ves, amor?, ¡Blanquita y yo somos amigas! – Me grita, con esa sonrisa radiante que le llena toda la cara - ¿Nos tomas una foto?

No sé cómo describir todo lo que me hace sentir esta mujer.

Mi corazón late tan fuerte que siento que lo oigo en mis oídos, más intenso y nítido que el bombo de Martín en un in-ear cuando estamos en un concierto.

Ella me ha llamado amor y ni siquiera lo ha notado, y la idea de ser amado por ella hace que mi piel se sienta llena de pequeñas chispas de energía, como si estuviera vibrando en sintonía con todo lo que nos rodea, que esta precisa tarde, es mucho.

Estamos en una granja lechera a las afueras de Bogotá, que forma parte de un resort campestre en el que tenemos pensado pasar la noche.

Entre los servicios del lugar hay un recorrido con sus animales de granja, en el que permiten a los niños ordeñar a las vacas más dóciles y gentiles del lugar.

A Camille Kent parece tenerla sin cuidado que las personas que actualmente están con las vacas a su alrededor no superen el metro cincuenta de estatura ni los 12 años de edad.

Está radiante de felicidad, y parece haber encontrado a la vaca más amable del país.

Estoy de pie apoyado en la cerca de madera fuera del establo, terminando de beberme una degustación del yogurt artesanal que fabrican acá mismo.

No llevamos ni una hora acá, pero cuando ella se dio cuenta de a dónde la estaba trayendo, me hizo dejar nuestras maletas en la habitación y correr a ver los animales. Pasamos rápidamente por la estación de los cerditos de granja, y no ha parado de gritar desde que llegamos a la estación de las vacas.

Su cara demuestra absoluta adoración cuando echa los brazos alrededor del cuello amplio e imponente de Blanquita y la abraza. La vaca acerca su nariz al muslo de Pastelito, y deja una mancha de baba en la pernera de su pantalón. Ella suelta una carcajada feliz, y justo ahí tomo la foto.

- ¡Quiero llevármela a casa! – Exclama, toda feliz.

El guía de la estación de las vacas es un chico que no debe tener ni 20 años, y no para de mirarla embelesado.

No lo puedo culpar.

Ella le sonríe, y el chico se sonroja como un colegial.

Aclara la garganta con torpeza mientras se la lleva a ella y a los otros 3 niños que están con las vacas para que se laven las manos y empieza a explicarles acerca del proceso de ordeñado. Ella asiente mientras escucha con atención todo lo que él explica, y mueve las manos en el aire, simulando los movimientos que él enseña, mientras rebota sobre sus pies, como si no pudiera contener la emoción.

- Agua -Donde viven las historias. Descúbrelo ahora