33. Mi Chardonnay

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Juan Pablo Isaza.

Ella se pone de pie de inmediato.

Se lleva un dedo a la boca para lamer la sal de las papas que estaba comiéndose, y no me pierdo el modo en el que Axel bizquea al verla hacer eso.

O a lo mejor solo estoy proyectando.

- Danos 2 minutos, Axel – Le pido, mientras me pongo de pie y le cierro el paso a ella.

Queda de pie muy cerquita de mí.

Sube una mirada retadora hacia mí, con esos ojos verdes llameando de furia, porque obviamente esta no es una mujer acostumbrada a que le digan qué hacer.

- Supéralo, estrella de rock. Me pareces medianamente atractivo, pero tengo por regla de vida no meterme en líos tóxicos de pareja

Escucho los pasos de Axel cuando se aleja rápidamente, dejándonos solos.

Sé que no tengo mucho tiempo, así que me acerco medio pasito. Ella retrocede la misma distancia.

Vuelvo a avanzar. Ella retrocede.

Su espalda se encuentra con la máquina expendedora.

Mira a los lados buscando una escapatoria, que igual es demasiado orgullosa para tomar, así que solo sube los ojos a los míos y me intimida con esos ojos verdes.

Pongo mis manos contra la máquina a los lados de su cuerpo, encerrándola donde está.

- También tenía muchas ganas de verte – Le digo en voz baja

- Pues mira, aquí estoy. Me has visto. Yupi. ¿Podemos ir a ocuparnos de lo importante?

- Esto es importante

- ¿De verdad me estás haciendo un berrinche porque no te dije un apodo?

- No. Te estoy haciendo un berrinche porque estás enojada conmigo sin razón, y francamente porque verte en esos tacones está acabando con mi decencia, y estoy buscando cualquier excusa para tenerte cerca.

Se lo digo justo como ella lo haría. Con sinceridad descarada y sin tamizarlo.

Y entonces pasa lo más increíble.

Sus mejillas se colorean de rosa de la forma más adorable, y esos ojos altivos dejan los míos cuando aparta la mirada con timidez.

Está nerviosa.

Yo puse nerviosa a Orianna Dortolina, carajo.

¡Choca esos 5, mundo!

Nunca pensé que la vería lucir tímida, y esa vulnerabilidad es adorable y hace algo extraño con todo lo que creí que entendía acerca de mí mismo hasta ahora.

Pone sus dos manos en mi pecho y me empuja.

Sigue muy sonrojada cuando sale de la pequeña cárcel entre mi cuerpo y la máquina expendedora.

- Tengo que trabajar – Me dice mientras camina hacia la puerta

- ¿Estás huyendo, abogada?

Veo esa llama volver a sus ojos, como si la sola insinuación de un acto de cobardía por su parte le molestara.

- Retrocede, Juan Pablo Isaza – Me advierte, y me apunta con el dedo de manera amenazante – No te pongas todo coqueto conmigo cuando claramente no quieres ir más lejos, porque te voy a avisar algo en este momento: No creo en calentar lo que no te vas a comer

- Agua -Donde viven las historias. Descúbrelo ahora