24. Agua salada

854 63 122
                                    


Juan Pablo Villamil

Día 4 de 30.

Mis párpados se separan poco a poco, pero vuelvo a cerrarlos cuando me doy cuenta de que es una mañana fría.

Los músicos tenemos una neurona encargada específicamente de despertarse y decirnos en donde estamos, pero la mía parece seguir dormida.

Vuelvo a parpadear lentamente para ajustarme a la luz, y a la sensación tibia de absoluto bienestar que me envuelve.

Este debe ser el mejor hotel del mundo, porque no sé por qué estoy tan contento.

Vuelvo a parpadear para alejar un poco las telarañas del sueño, y mi neurona de ubicación geoespacial finalmente decide saltar a la vida, aunque supongo que hace un poco de trampa, porque en ese mismo momento absorbo algo del olor a frutas en la almohada en la que estoy recostado. Es el olor del champú de Pastelito.

Me acurruco en sus mantas coloridas y sonrío cuando me doy cuenta de que me estoy despertando con ella en una posición de cucharita divertida, porque ella es quién me sostiene a mí.

La siento moverse a mi espalda y, un segundo más tarde, deja un besito dulce en la parte de atrás de mi cuello.

- Buenos días, Pastelito – Me dice, mientras sube una de sus piernas sobre mis caderas y me envuelve con su cuerpo.

La dejo hacer, porque despertar así con ella es hermoso, y está cálida, suave y deliciosa a primera hora de la mañana.

Su voz mañanera es baja y ligeramente más ronca delo habitual, y se mete debajo de mi piel con una cosquilla.

- Buenos días, cerecita – Le respondo, pero vuelvo a cerrar los ojos, porque quiero quedarme así con ella.

Se acurruca contra mi espalda, y siento su respiración en la parte de atrás de mi cuello.

Su aliento húmedo hace que se me ponga la piel de gallina. Ella frota la nariz con dulzura contra mi cuello.

- ¿Podemos solo pasar 26 días acurrucados aquí? – Me pide con esa voz ronca y deliciosa

- Vale – Acepto. Ella se ríe. Me doy cuenta de lo que acabo de decir y gruño – No, no. De ninguna manera. Tenemos una lista de deseos por cumplir

- Olvida la lista. En este instante estoy cumpliendo como 18 deseos al mismo tiempo – Me dice, y vuelve a dejar un besito en mi cuello

- Podemos quedarnos un rato – Concedo, porque tampoco quiero moverme.

Ella suelta una risita y se acurruca contra mi espalda. Tiene un brazo echado por encima de mi vientre, así que entrelazo sus dedos con los míos.

Nos pasamos la noche escribiendo deseos en su tablero, que ahora está casi lleno de deseos tontos que uno o el otro ha querido hacer y por algún motivo nunca lo hizo. Ya ni siquiera me acuerdo de todo lo que escribimos, y la probabilidad de que 26 días nos alcancen para hacerlo todo es muy escasa, pero estábamos borrachos y atontados, y nos tomamos tantas pausas para besarnos que en algún punto dejamos de pensar en lo que estábamos escribiendo.

El deseo 16 es hacer el amor bajo las estrellas. Fue idea de ella.

Una persona de Bogotá con dos dedos de frente nunca desearía eso en una ciudad que tiene noches de 7°C.

El deseo 19 era comer chocolate hasta hartarse, sin preocuparse por engordar, o por el dolor de estómago, o por nada.

Ese obviamente fue mi idea.

- Agua -Donde viven las historias. Descúbrelo ahora